En el abigarrado paisaje de Miraflores de los Ángeles, la plaza de los Ángeles nos deja una pincelada de jardín mediterráneo de hechuras tropicales.
Un cementerio de coches salpimentado de furgonetas, seats y simcas se tostaba al sol muy cerca de donde comenzó a levantarse, a mediados de los 60, la barriada de Miraflores de los Ángeles. La foto puede encontrarse en el estupendo vídeo que, como en su día informó este periódico, han realizado los alumnos de Informática de la Sección de Educación Permanente de Adultos del Colegio Miraflores, que dirige el profesor Federico Castellón.
El nacimiento del barrio, el esfuerzo de miles de vecinos por contar con unos equipamientos dignos, la esperanzadora llegada de la línea 6 del autobús municipal o las asambleas informativas nada menos que en el Teatro Cervantes, son pinceladas de la ilusión y los logros de esos primeros años.
En una de las fotos en blanco y negro, por cierto, se aprecia la recién nacida plaza de Miraflores, con su fuente de mármol en la esquina y unas plantas que estaban en su primer estirón. La foto nos muestra, por cierto, una zona verde un poco más verde que la actual, pues en la plaza de nuestros días prima el espacio enlosado más que las plantas y muchos de los parterres han hecho mutis por el foro y en realidad, de zona verde sólo queda la esquina, la más próxima a la fuente.
Se comprende, en todo caso, este retroceso vegetal. En esas alturas de Miraflores, y lo saben de sobra los conductores, lo que falta es espacio y una plaza cuajada de bancos como esta, aunque sean, literalmente, duros como piedras, invita a la reunión.
Para fogarada vegetal, la que hay un poco más abajo, en la plaza de los Ángeles. Ahí sí que lo plantado parece rivalizar con los bloques que la rodean y ofrecen la misma sensación de alivio que la que siente quien entra en la estación de Atocha y se topa con su jardín tropical (del que hablamos ayer).
Porque entre tanto bloque se alza un pino con miras de querer rascar el cielo, cipreses y falsos pimenteros (o eso le parece al firmante, que no es ningún experto) y en la base de ese parterre, plantas y flores que, iluminadas por el sol, parecen salidas de alguna expedición en busca de El Dorado.
En Miraflores de los Ángeles, como en Japón, el problema siempre ha sido el espacio y estas dos plazas defienden con ahínco su posición, entre riadas de coches, muchos de los cuales, desde hace pocos años ya aparcan en la gran parcela, felizmente hormigonada, de la calle Juan Antonio Tercero (un orfebre malagueño del siglo XVII).
En este arranque de siglo, las estrechuras japonesas de Miraflores se han aliviado con la transformación de la calle Nuestra Señora de los Clarines en una suerte de ágora alargada del barrio. En todo caso, el que quiera ver plantas bonitas deberá subir a la plaza de los Ángeles y si es posible, subir al siguiente nivel y disfrutar de este verde intenso y sin retrocesos.