Hoy rescatamos una anécdota cargada de música que tiene como protagonista un comandante general afín a la sordera cívica.
La canción popular recuerda los tiempos en los que Fernando VII usaba paletó. Poco después de la muerte de este rey melón (y felón), en 1835, cuando la plaza de la Constitución llevaba el nombre de plaza de Isabel II, en Málaga se organizó una suerte de revuelta musical, por el pejiguera de su comandante general, Nicolás de Isidro. Hoy recordaremos esta curiosa anécdota, que fue recuperada en la prensa de hace justo cien años por don Narciso Díaz de Escovar.
Al parecer, esta autoridad le había cogido el gusto a publicar órdenes y en unos tiempos en los que los carlistas ganaban terreno, sólo le faltaba prohibir al sol que saliera por el Este y se pusiera por el Oeste.
Un grupo de malagueños, harto de tanta prohibición, decidió ofrecer una serenata al gobernador civil, cuyo trabajo solía ser torpedeado por el militar.
La banda de la llamada milicia urbana fue la encargada de ofrecer el regalo musical en el gobierno civil, que por entonces se encontraba en la actual sede de la Sociedad Económica de Amigos del País, en la plaza de la Constitución. Pero los músicos, al llegar, se encontraron al comandante general rodeado de una nutrida guardia, dispuesto a hacer de aguafiestas del concierto. Los músicos empezaron a tocar y don Nicolás de Isidro ordenó chitón. Hasta los pájaros debían callar los trinos.
Fue entonces cuando uno de los asistentes a la serenata, Miguel Deomarco, calderero de Puerta del Mar, gritó un «Viva la Constitución», que fue respondido por el tarugo del comandante general con la orden a los guardias de que degollaran al constitucionalista. Se armó un bochinche pero, por fortuna, el calderero no fue detenido y durmió esa noche con la cabeza en su sitio.
Al parecer, al día siguiente enterraban a un guardia urbano (Díaz de Escovar no precisa que muriera por la refriega) y al pasar la comitiva, banda de música incluida, por la casa de don Nicolás de Isidro en la calle Granada comenzaron a insultarle y la banda acometió el himno de Riego. El cabreado jefe militar ordenó a sus ayudantes que obligaran a parar la música, pero como esta siguió, al día siguiente prohibió en una orden la música en los entierros de los guardias.
Una orden tan atonal cabreó al respetable, que durante todo el día lanzó piropos a don Nicolás y vivas a la Constitución. Transcurrido el fin de semana en idéntico nivel de cabreo, el lunes amaneció con una nueva orden en la que el militar puso a caldo a la milicia urbana. Para algunos malagueños fue el hasta aquí hemos llegado. Con el mosqueo a flor de piel, un grupo de liberales entró en el domicilio de Don Nicolás para descubrir que la noche anterior había tomado las de Villadiego y abandonado Málaga.
Tras el mutis por el foro, una comisión de ciudadanos ilustres envió un informe de lo ocurrido a la madre de Isabel II, la reina gobernadora, para calmar las aguas de esta insólita revuelta…musical.