El gabinete municipal de catástrofes naturales debería contratar al actor americano, especialista en enfrentar situaciones de riesgo, por la que se forma cada vez que caen tres gotas.
Al contrario que en Pontevedra, Oviedo o Mondoñedo, donde la caída vertical del agua se considera un fenómeno tan natural como la puesta del sol de todas las tardes, la lluvia en Málaga tiene resonancias más próximas a una fuga en la central de Fukushima.
Eso explica que cualquier aparición de lluvia en nuestros cielos, sea cual sea su intensidad, provoque la evacuación desordenada de las viviendas, ya sea para llevar a los niños al colegio, para dirigirse al trabajo o para ir a comprar vinagre de Jerez.
Las casas expelen de manera continuada grupos arrebujados bajo los paraguas, envueltos en plásticos, anoraks y botas altas, alarmados ante cualquier contacto con el agua, entre gritos de advertencia de los padres, como si en lugar de a la calle Larios o a la escuela fueran a cruzar el Cabo de Hornos en un barco a vela.
Tal es el grado de alarma entre la población malaguita, que el firmante no sabe cómo, cada vez que llegan las lluvias de noviembre, el Ayuntamiento no toma cartas en el asunto y elige como coordinador del gabinete de desastres naturales a Tom Cruise, en lugar de a Paco de la Torre, pues el actor americano está ducho, como en su día lo estuvo Charlton Heston, en el cine de catástrofes, invasiones alienígenas incluidas, que todo puede ser.
Uno contempla la procesión de coches por el Camino de Antequera, los paseos marítimos, la avenida Juan Sebastián Elcano y la Carretera de Cádiz y se imagina a Tom Cruise saltando de coche en coche por los techos, mientras se protege del inminente desastre -de la venganza de Santa Bárbara- con un paraguas comprado en una tienda de Molina Lario.
Lo impensable en esta ciudad que fomenta la movilidad es lo inamovible que se pone en cuanto caen tres gotas.
Como en otras ocasiones ha aconsejado, humildemente, el autor de estas líneas, en contra de lo que se piensa, del cielo no cae ningún líquido radiactivo, razón de más para aprovechar el caos generalizado para pasear por cualquiera de nuestros parques.
Los Jardines de Picasso, con el monumento de Berrocal bañado por las aguas y los ficus de la antigua fábrica de La Aurora recibiendo los dones del cielo, nos ofrecen un espectáculo digno de disfrutarse y no de escapar de él despavoridos.
Para los distintos pueblos que habitan la Tierra, el fin del mundo puede imaginarse en forma de la salvaje erupción de un volcán, una guerra atómica por culpa de dos políticos infantiloides o como un terremoto que deje grietas kilométricas y arrase hasta las estepas.
Los malagueños, más originales, nos imaginamos el fin del mundo como una tromba de agua que desborde un par de arroyos y convierta las carreteras en ríos de coches. Total, lo mismo de siempre.