Guerrero Strachan y la basura contenida

29 Nov

Una inoportuna ristra de contenedores desgracia las vistas de una de las mejores obras del gran arquitecto malagueño: los pisos de Félix Sáenz, de 1922, con la máxima protección arquitectónica.

En esta sección nos referimos con frecuencia a los pequeños detalles que se echan en falta y cuya ausencia puede prolongarse durante meses o años por una cuestión, claramente, de abulia o apatía, más que de obstáculos propiamente dichos.

Unamuno se mesaba las barbas en el arranque del siglo XX tratando de dilucidar si después de que nos pongamos a criar malvas nos espera la inmortalidad o bien una siesta eterna. En ocasiones, las administraciones toman partido y abogan, en vida, por la siesta. Eso explica, por ejemplo, que durante un año largo faltara de su domicilio el cartel municipal indicativo del Museo Picasso, en el cruce de calle Granada con San Agustín. Se ve que lo fueron a encargar donde Franco perdió el mechero.

Falta de reflejos administrativos también se aprecia en el lugar elegido por Limasa para depositar un surtido de contenedores de todos los colores (la mayoría, de reciclaje), delante de uno de los edificios más bonitos de Málaga y una de las mejores obras de Fernando Guerrero Strachan, que el famoso constructor Antonio Baena Gómez, histórico primer presidente de la Agrupación de Cofradías, terminó en 1922.

Forma parte de los famosos bloques de pisos del comerciante riojano Félix Sáenz, con la máxima protección arquitectónica en nuestro actual PGOU y que, en el caso que nos ocupa, se corresponde con el número 43 del Paseo de Reding (ocupan los números 37-39 y 41-43)

La catedrática de Historia del Arte Rosario Camacho, en su espléndida guía del Patrimonio Histórico Artístico de Málaga, no ahorra adjetivos y califica los edificios de «realmente espectaculares» y «de gran riqueza cromática», sobre todo «a primeras horas de la mañana y media tarde»

Y sin embargo, el visitante o malagueño que, como un servidor, pasee por la acera de enfrente, la del Hotel Miramar o el Palacio de la Tinta a primera hora de la mañana, a media tarde o a la hora que se tercie, comprobará que la vista queda obstruida por los contenedores, que tampoco permiten admirar bien la puerta de hierro forjada con las iniciales trenzadas del comerciante (FS).

En suma, que de forma totalmente gratuita nos han afeado esta joya arquitectónica, cuando la solución puede resumirse con dos palabras: «diez metros». Es lo que costaría desplazar los contenedores al edificio de pisos de al lado, una construcción en absoluto memorable, más bien del montón, y con una altura excesiva, que nada perdería si el papel o el vidrio se reciclara en sus andurriales.

Una cosa son los inevitables coches aparcados y otra los contenedores que, como el nacionalismo exacerbado, tienen remedio. Lo contenedores, con un desplazamiento de unos metros y en cuanto al nacionalismo identitario o garrulo, ya lo dijo Baroja: viajando (siempre que no sea a Bruselas).

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