El Día de Todos los Santos, el impoluto camposanto histórico convivía con escombros en cada uno de los vanos del muro exterior que da a un descampado infecto. Los vecinos piden que se hormigone.
El pasado miércoles, el Cementerio de San Miguel parecía un camposanto a estrenar. Hablamos, claro, del interior del recinto.
Hay que felicitar al Ayuntamiento por la constancia que ha demostrado al ir recuperando, poco a poco, este importantísimo trozo de nuestro patrimonio. Ha sido una labor de muchos años, parte de ellos en tiempos de vacas flacas, pero los resultados ya se están viendo.
Resulta esperanzador también el anuncio que en mayo hizo el Consistorio de la remodelación de la plaza del Patrocinio. Las cosas van despacio en palacio, pero con este conjunto monumental casi restaurado en su totalidad, resulta chocante y hasta un poco espeso contar con esta explanada convertida en un inmenso aparcamiento.
Se prevén adoquines, parterres ajardinados y aparcamientos, pero de menos densidad por metro cuadrado, pues en la actualidad toda persona que quiera acceder a pie al camposanto tiene que sortear vehículos y mirar para atrás, no vaya a ser embestido por alguno.
Lo que tendrá que esperar es la zorrera lateral, un descampado de tierra con la misma orografía que un campo de batatas, que sería más provechoso como aparcamiento de coches preparados para el París-Dakkar y que, sin embargo, es usado por utilitarios.
Los vecinos llevan lustros pidiendo al Ayuntamiento que hormigone este desaguisado, que cuando llueve se convierte en un barrizal y cuando pega el sol, en una polvorienta desolación.
El pasado miércoles, el Día de Todos los Santos, contrastaba el interior del Cementerio, reluciente y en perfecto estado de revista, con este terrizo vergonzoso. Tan vergonzoso que en cada vano del muro exterior de San Miguel, emulando a gran escala a Pulgarcito, uno o varios vándalos bípedos habían depositados montañas de escombros, bien en sacos o espurreados.
No es la primera vez que ocurre, de hecho, esta práctica merluza en alguna ocasión ha ocupado la portada de la edición de papel de La Opinión. Lo alarmante es que continúe y como se intuye, sin muchos problemas, pues da tiempo a rellenar cada hueco del muro con estos desechos.
Por lo demás, las cacas de perros, la basura y las malas hierbas junto a una nave industrial así como un pequeño túmulo del que emergen hierros oxidados completan el panorama.
El PGOU de 2011 contempla para este desolado espacio varios bloques de pisos, una pequeña parcela como equipamiento y en las zonas que hoy se emplean de escombrera así como en el espacio central, hoy lleno de coches, espacios calificados como libres que seguramente serán pequeños jardines.
La respuesta municipal de que cuando se urbanice el descampado entrará en la civilización no convence a los vecinos, que demandan, y con razón, que, mientras llega la urbanización, el desastre se hormigone. Están por ver las ganas del Consistorio. Ánimo.