La Fuente de la Olla de La Trinidad ha aparecido pintada de color dorado en una certera exhibición de horterismo.
Por muchos es sabido que la hortera era una escudilla en la que el farmacéutico preparaba algunos de sus fármacos, pero que también se empleaba para otros menesteres en las tiendas de ultramarinos.
Por extensión, al mancebo que ayudaba en la farmacia o que trabajaba en la tienda de comestibles se le empezó a llamar hortera, sobre todo en la capital de España a lo largo del XIX.
En cuanto al significado que hoy damos a la palabra hortera, se la ganó a pulso en el saber popular el mancebo que los domingos, literalmente endomingado, se daba absurdos aires de grandeza al tratar de imitar a sus jefes y además, al intentar emularlos en el vestir con resultados bastante estruendosos.
En nuestros días, un hortera es una persona con un mal gusto casi legendario y, en el pasado en Málaga, si además tenía dinero a espuertas y una inclinación excesiva por las cadenas de oro, el saber popular lo clasificaba en la categoría de merdellón. Pero eso era antes, en la actualidad la cuenta corriente del merdellón se ha depreciado en la imaginación popular y para muchos malagueños es sinónimo de hortera a secas, aunque tenga menos dinero que un ciervo.
El pasado y el presente de estas categorías todavía no manejadas por los antropólogos, el merde y el hortera, se dan la mano de forma fraternal en la desconcertante figura del actual presidente de los Estados Unidos, cuyo rascacielo en la Quinta Avenida de Nueva York, la Torre Trump, es un compendio de todos los horrores que puede llegar a exhibir una personalidad desbocada y encantada de conocerse.
El auge de las redes sociales y el hecho de que vivamos en un mundo, valga la redundancia, global, parece haber extendido a escala malaguita la ausencia de sentido del ridículo de la Torre Trump y sus dudosas lecciones de decoración, entre las que impera el abuso de los dorados para simular el oro del Tío Gilito y otros millonarios de postín.
Lo acabamos de ver en una de las dos fuentes de la olla que nos quedan en la ciudad, un modelo creado nada menos que por el famoso ingeniero José María de Sancha allá por 1877.
Permanece, surcada por una preocupante grieta, la Fuente de la Olla en la plaza de las Cuatro Esquinas, en El Palo, mientras que la que se encuentra en la plaza de Montes, en La Trinidad, es la que se ha visto perjudicada por la estética de la Torre Trump: un bípedo anónimo se ha dedicado a embadurnarla por todas sus caras con pintura dorada. El resultado provoca dolor de barriga y la pérdida temporal de la fe en el ser humano.
Pero hay que recuperarse ante esta exhibición de horterismo militante y confiar en que -con el dinero de todos porque eso sí que es impepinable- nuestro Ayuntamiento restablezca el aspecto original de esta fuente decimonónica, dañada por un descendiente espiritual de ese primer mancebo que se creyó pavo real.