El 34 de la calle Granada ha abandonado el barbecho para convertirse de nuevo en edificio habitable y mostrar antes sus tesoros vegetales.
Hace unos años, La Opinión publicó en primicia una de las fotos más fascinantes de la Historia de Málaga. Tomada desde el Monte Sancha, mostraba el actual Paseo de Sancha hacia 1880, convertido en el enorme vivero de (posibles) pinos, con vistas a la vecina tonelería de Adolfo Príes. La foto, tomada cuando la plaza de la Malagueta todavía estaba en la infancia, fue realizada poco antes de que José María de Sancha urbanizara esos terrenos con la sociedad que creó en 1879 para levantar las casas unifamiliares, que ya forman parte de nuestro patrimonio arquitectónico, entre ellas su mansión neomudéjar Villa Cele-María, construida aproximadamente entre 1883 y 1887.
Lo hermoso de esta instantánea es el poderío que demuestra la Naturaleza, pese a que el vivero está cercado por modestas vallas de madera. Es un anuncio de lo que puede llegar a ser si, algún día, a los humanos nos da por hacer mutis por el foro. Porque, no lo olvidemos, basta con que dos tarugos estén al frente de dos naciones -pongamos por caso Corea del Norte y Estados Unidos- para que todo pueda irse al garete en un momento de calentón neuronal de los interfectos.
Estas alambicadas reflexiones, si pueden llamarse así, pasaban por la cabeza pelona del firmante al ver cómo un solar con decorado cobraba vida. Ha pasado esta semana en la misma calle de La Opinión, la calle Granada, en el número 34, que linda por la derecha con la sucursal de Unicaja y por la izquierda con la estrecha calle Moratín.
Se trata de una vivienda incluida en el catálogo de edificios protegidos del Centro Histórico y que, según informa el Ayuntamiento de Málaga, fue construido hacia 1870. A pesar de contar con protección arquitectónica de primer grado, al menos desde el punto de vista empírico y a no ser que un servidor esté peor que Alonso Quijano, parece un cascarón vacío.
De planta baja y tres plantas, con su presencia hacía de contrapeso al horrible edificio de la sucursal de Unicaja que, da la impresión, fue levantado para desgraciar este segundo tramo de la calle Granada y, de propina, la plaza del Siglo, aunque, como muchos recordarán, la plaza ha perdido parte de su aspecto lúgubre con la desaparición de una galería comercial acristalada, incrustada sin perdón en un bloque que se merecía un destino más generoso.
Como es lógico, las obras han supuesto que el cascarón abra sus puertas y que del interior asome una vegetación en la que podría celebrarse una edición de Supervivientes.
Los años en los que el solar ha estado en barbecho, a la espera de la cosecha inmobilaria, lo han atiborrado de plantas, la mayoría de ellas ailanto, la especie china que crece hasta dentro de una bañera si le dan la oportunidad.
En un futuro postapocalíptico, que Dios tenga bajo siete llaves, Málaga será un bosque de ailantos … para solaz de sus ardillas mutantes.