Un completísimo parque en La Virreina se ve mermado por la presencia de varias columnatas que dejan pasar el sol y que siguen la moda municipal de instalar pérgolas desnudas que fomentan la insolación.
Para lograr conciliar el sueño, el poeta romano Estacio ideó una plegaria al sueño en la que imaginaba que la Naturaleza hacía huelga de brazos cruzados y cesaba su actividad.
En esa plegaria, los pájaros dejaban de piar, el ganado, ya adivinan, no decía ni mú y hasta el mar y los arroyos se convertían, por primera vez en su vida, en silentes. Todo era quietud para que Estacio pudiera hincar el pico.
No sabemos si lo logró, porque las noches toledanas de insomnio se produjeron allá por el siglo I de nuestra era y no hay constancia en las redes sociales, pero sin duda, alguna pesadilla le provocaría el jardín de las columnas infinitas.
El nombre anterior, con permiso, es una licencia poética del firmante y ahora verán por qué. Se encuentra en La Virreina, junto a la calle Joaquín de Gaztambide, donde se levanta un original edificio cuya fachada evoca un cuadro del holandés Mondrian.
La zona verde tiene toda la apariencia de un jardín clásico, en el más estricto sentido de la palabra. Los cipreses y las columnatas que crecen con profusión hacen que hasta echemos de menos algún templo griego. Lástima que, durante el verano, quienes deseen pasear por sus columnas, divididas en tres amplios tramos, jugarán con fuego y por tanto, se expondrán a una insolación.
Porque las columnas no son sino una versión clasicista de las pérgolas que a nuestro Ayuntamiento tanto le fascina colocar desnudas, sin las parras o enredaderas que le dan sentido. Desprovistas de él, resultan artefactos sin uso por obra y gracia de un Consistorio con poca querencia por el modo de vida mediterráneo y eso que nuestra ciudad no mira, precisamente, al Báltico.
La suerte es que el resto de la zona verde ha ido creciendo con los años y abunda la sombra gracias a grevilleas, pinos y jacarandas o tipuanas -pues son casi idénticas, uno tiene poca memoria visual y están sin flor-. Además, cuenta con estupendas zonas de juegos, una de ellas con un castillo que roza la fortaleza espacial, campo de baloncesto, aparatos de gimnasia… y estás pérgolas sin gracia que no cumplen su función.
Para completar la sensación de desnudez, junto a estas columnas que sirven para dejar pasar los rayos de sol hay varios palos enhiestos, a modo de sobrio monumento artístico. El resultado es muy bonito, parecen los mástiles recuperados en un naufragio, pero por si las moscas, han colocado en uno de ellos un cartel advirtiendo de que los perros no pueden orinar ni hacer algo peor en ellos.
Habrá que preguntar a nuestro Consistorio qué le han hecho las pérgolas, por qué la inmensa mayoría de las que ha colocado en los últimos 20 años siguen siendo cuatro palos desnudos que fomentan el dolor de cabeza de los usuarios.
Tampoco lo sabe Escacio. Es más, con solo imaginar estas pérgolas sin sombra se le ponen los ojos como platos y no hay plegaria al sueño que valga.