Bruckner, las calabazas y una serie británica

5 Oct

En la calle Bruckner, vecina de un colegio y un supermercado, una parcelita ejerce de atrapamoscas de basuras varias gracias a las hierbas salvajes de su entorno. La Naturaleza es sabia y a veces, poco limpia.

Un chiste inglés asegura que cuando un político declara eso de «estamos considerando la cuestión», es que su departamento ha extraviado el expediente y si a continuación señala que está «estudiando el tema en profundidad» es que trata de encontrarlo.

El summum del eufemismo político es la descacharrante serie británica Sí, ministro, que cuenta las andanzas de un nuevo ministro de Asuntos Administrativos, que termina siendo amoldado por sus ayudantes al lenguaje políticamente correcto y la parquedad en las iniciativas.

Esta introducción viene a cuento porque, a todas luces, cualquier político que contemple el terrenito protagonista de esta crónica concluirá que se trata de una parcela. Y tendrá más razón que un santo porque, visto con frialdad, desde el punto de vista administrativo es una parcela con su propietario correspondiente y sus metros de extensión, pero para quien no esté ducho en la sobriedad administrativa y se pasee por ella (confiemos que poco), de lo que hablamos es de un vertedero fecundo en porquería.

Para que ustedes se sitúen, se encuentra en La Virreina, un barrio que este firmante ha estado recorriendo con asiduidad los últimos días y tiene como vecino el Colegio Rosa de Gálvez, un centro moderno que sufrió lo suyo a causa de las inundaciones de 2012, lo que provocó importantes daños y unas obras de urgencia que tardaron en llegar.

El fin de las desdichas para el colegio es relativo, porque a nadie le agrada tener, en la parcela colindante, un vertedero que, pese a su discreto tamaño, extiende sus tentáculos hasta un supermercado vecino. Para rizar el rizo de la ironía, este depósito de plásticos da a la calle Bruckner, un detalle que el compositor austriaco, suponemos, no habría recibido con alborozo y lágrimas, salvo las de la desesperación.

El vertedero funciona además como los clásicos papeles atrapamoscas, pues aunque su interior está relativamente pelado y escamondado, en los bordes que dan a la calle, el súper y el colegio, las plantas crecen con alegría y despreocupación, pegan el estirón tras las lluvias de abril (ya se sabe que «en mayo, el rocín se hace caballo») y todos los plásticos que revolotean por la zona terminan siendo frenados, y luego atrapados, por esta barrera vegetal.

El resultado puede engañar a algunos pero no se trata de ninguna intervención artística sino de una concienzuda recolección de mugre, en la que no faltan, y eso es una constante en este tipo de vertederos a cielo abierto, grasientas piezas de motocicletas, carcasas anónimas y todo el abanico de basura clásica. ¿Cuánto tardará en limpiarse esta parcela, administrativamente hablando?

Los protagonistas de Sí, ministro lo tendrían claro: Cuando se vaya a edificar en ella. Y eso, que depende de la economía nacional y global, es como decirle a uno que se espere sentado hasta que hablen las calabazas.

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