Una lección para los estrechos de mollera

28 Sep

Los Realejos, el pueblo de Tenerife en el que los Gálvez de Macharaviaya vivieron 20 años, homenajea a Matías de Gálvez con una placa en la hacienda en la que vivió y propone dedicarle una carretera.

En estos tiempos oscuros en los que a tantos catalanes les ha salido la vena rancia de la tribu, la de una imaginaria comunidad monolítica que, impasible el ademán, camina hipnotizada hacia el Castillo de Irás y no Volverás, resulta aconsejable sacudirse la caspa identitaria y observar otras realidades más universales.

Ajenos a reinvenciones de la Historia y a reaccionarios sentimientos de superioridad, en las Islas Canarias se enorgullecen de los personajes que pasaron por su tierra, sin que hayan sido necesarios exámenes de fidelidad a la patria o de ADN.

El tinerfeño Carlos Cólogan, IV premio Bernardo de Gálvez, es uno de los escritores que con más denuedo ha dado a conocer la etapa canaria de Matías de Gálvez y su hijo Bernardo.

Carlos desciende de una importante familia de comerciantes irlandeses cuyo archivo comercial, que se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Tenerife, cuenta con 105 cartas firmadas por miembros de los Gálvez de Macharaviaya, un tesoro histórico que pronto se dará a conocer.

Matías de Gálvez llegó a Tenerife con su familia en 1757 y allí permaneció hasta 1778, cuando marchó a América. El joven Bernardo jugó con los Cólogan y se fraguó una bonita amistad entre las dos familias. De hecho, a uno de ellos, a Tomás Cólogan Valois, Bernardo lo consideraba su hermano.

Todavía quedan en pie en la isla la casa que ocupó Matías de Gálvez y la casona de los Cólogan.

El interés del historiador tinerfeño por los ilustres malagueños vinculados a su familia le animaron a publicar en 2015 en La Opinión un trabajo sobre las dotes de inventor de Bernardo de Gálvez, quien en 1784, dos años antes de su muerte, durante una estancia en Madrid, ideó con otros dos amigos un bote dirigido por alas, a modo de velas horizontales, el mismo año en el que los hermanos Montgolfier ascendían por vez primera en globo.

A esta labor de difusión de las figuras históricas de padre e hijo hay que sumar la placa que el año pasado se colocó en la Hacienda La Gorvorana, en el pueblo tinerfeño de Los Realejos, donde Matías de Gálvez vivió con su familia, pues era el administrador. Al acto de colocación de la placa asistieron miembros de la Asociación Bernardo de Gálvez.

Además, el Ayuntamiento de Los Realejos acordó este año rotular la carretera que comunica la hacienda en honor de Matías de Gálvez porque como recuerda el concejal de Patrimonio Histórico del pueblo, Adolfo González, «estamos ante toda una personalidad a nivel internacional». Por otro lado, hace unos días se ha conocido la propuesta de una distinción honorífica para el padre de Bernardo de Gálvez que, antes que su hijo, fue virrey de Nueva España.

Reconocer al de fuera, sin tribus ni distorsiones históricas. Una lección para los estrechos de mollera que sólo contemplan corralitos excluyentes. Felicidades.

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