Las pérgolas de la subida a La Coracha y la del jardín de la antigua finca de El Cónsul muestran el camino a seguir que, por desgracia, no sigue la mayoría de pérgolas de Málaga, sin plantas trepadoras.
Hace unos días hablábamos de las pérgolas de la plaza de la Biznaga, en la barriada de García Grana, que bien podrían servir, a efectos cinematográficos, para esa escena en la que Silvester Stallone, interpretando al hierático Rambo, se tuesta al sol sin crema de protección.
Estas pérgolas, con todo el aparataje para sujetar plantas trepadoras, incluida una red metálica, sustentan sin embargo el vacío, y algunos espabilados han aprovechado para lanzar por encima chinos y ñoscos (entiéndese, de un grosor mayor que los chinos), que ahora coronan las pérgolas. Debajo hay mesas para jugar a las damas o al ajedrez, así que no se recomienda pensar mucho durante una partida, no vaya a ser que, o bien una insolación o una ventisca acompañada de granizo, merme la integridad física de los jugadores.
El Ayuntamiento, por suerte, está cambiando la plaza estos días y es de desear que las obras incluyan estas pérgolas desprovistas de su esencia. Y el caso es que, donde nuestro Consistorio le pone interés, el resultado estético y sobre todo, el térmico, funcionan.
Sin ir más lejos, en la escalinata de subida a La Coracha, desde la que el otro día un servidor oteaba uno de los misteriosos charquitos milenarios que jalonan Málaga, hay un repechito en el que el paseante exhausto se topa con una pérgola con su enredadera de serie. Y como en este rincón de Málaga con exceso de mármol pega el solano, el alivio que encuentra el paseante bajo ella es similar al del beduino ante un oasis.
Ocurre lo mismo en los jardines de la antigua finca de El Cónsul, la que dio nombre al barrio, y que el firmante conoció, años ha, en forma de jardín asilvestrado y casi selvático, del que en cualquier momento podrían salir dragones, hobbits y otras criaturas extintas.
Lo cierto es que el área de Parques y Jardines sacó buen provecho de este espacio, que un servidor temía que fuera a acabar a la cuarta pregunta, coronado por alguna promoción de viviendas, pues se trata de una apetitosa loma asomada a las calles y avenidas Plutarco, Tales, Jenofonte y Esquilo; como vemos, en el cogollito de la Antigua Grecia.
Además del espléndido ficus que preside el jardín, un conjunto de hierros retorcidos domados por la Naturaleza hacía pensar, durante la etapa selvática de esta zona verde, en el cenador de La Concepción, en una de cuyas esquinas se aprecia cómo lo que sujeta la estructura de hierro forjado no es el metal sino el tronco mismo de la glicinia.
En la nueva etapa de esta estructura, una frondosa glicinia ha tomado la pérgola al asalto y los rayos de sol han huido de inmediato. En el centro, bajo esa cúpula de frescor, un tocón de madera permite al paseante comprobar, cómodamente sentado, la bajada inmediata de las temperaturas en pleno mes de julio.
Aquí no pega el calino. Las pérgolas de La Coracha y El Cónsul son hermosos ejemplos a seguir. A ver si calan en la sensibilidad de nuestros cargos públicos.