En la calle Eolo, desde comienzos de este siglo, una parcela exportadora de matojos, cedida al Obispado por el Ayuntamiento, espera convertirse en algo más que en un motivo de preocupación para los vecinos.
Los callejeros de las ciudades suelen contar con una zona castiza, concentrada en el Centro Histórico y en los barrios más antiguos, en los que encontramos los rastros de gremios, denominaciones populares y huellas nominales de vestigios desaparecidos.
En Málaga, la calle San Lorenzo recuerda el fuerte que, durante unos años, cuando perdió su carácter defensivo por lo alejado que quedó de la playa, servía de mero punto final de la nueva Alameda. Muy cerca de ahí, la calle Torregorda, el Hoyo de Esparteros o el Pasillo de Atocha nos hablan de fortificaciones desaparecidas y de oficios que se ejercían a la vera del río Guadalmedina.
En muchas ocasiones, las reurbanizaciones decimonónicas irrumpen en los cascos antiguos dando nombre a próceres como el Marqués de Larios y en otras, al menos en Málaga, el siglo de Cánovas del Castillo se perpetúa con el desembarco en los nuevos barrios de escritores y literatos de desigual valía.
Uno de los periodos más fructíferos para el callejero fue el de Pedro Aparicio, que siguió con la moda de los barrios temáticos, en la línea de Juan de la Rosa, gran melómano, que llenó las calles de La Paz de nombres de compositores. Con Aparicio, también melómano, las calles se volvieron cosmopolitas y además de recoger a glorias locales, se optó por personajes de la literatura universal,óperas, compositores y una miríada de personajes mitológicos y escritores clásicos.
Puede decirse que de la calle Pito, en el Centro -un nombre de origen dudoso- a la calle Eolo, el dios griego de los vientos, en El Romeral, hay un mundo. Casi siglo y medio de evolución de la ciudad y de cambios en el callejero.
Pero si nos acercamos a esta última calle, comprobaremos que lo que en realidad se ha producido es una involución, un regreso a los tiempos primigenios, cuando en lugar de edificios había campo.
Tampoco es plan de retrotraerse a los fenicios, que vivían en una suerte de península malaguita que difícilmente identificaríamos con el Centro Histórico de hoy; basta con echar un vistazo a los últimos 20 o 25 años, cuando se produce el crecimiento del Romeral. En calle Eolo nos encontramos, a estas alturas de 2017, con una parcela campera, escoltada por otras calles grecolatinas (Antígona, Jano y Hermes).
Fue cedida a comienzos de este siglo al Obispado por el Ayuntamiento, pero en estos más de tres lustros no hay ni siquiera rastro de una primera piedra, como al menos ocurre con otra parcelita agreste en el Camino de San Alberto.
En su lugar, con la llegada del verano, matojos resecos tan altos como los hermanos Gasol asoman entre las vallas como si quisieran escapar de esta parcela entre bloques en la que, confiemos, ningún fumador tire jamás una cerilla. Lo dicho, también se involuciona.