El número 4 de la calle Santiago, con sus pinturas barrocas de enorme realismo, es una de las viviendas del XVIII más memorables, pese a sus discretas dimensiones.
Pensemos en esa Málaga del último tercio del XVIII que comienza a recibir comerciantes de los dos lados del charco, después de que a nuestro puerto se le permitiera comerciar con América. No fue como la región de Klondike con la fiebre del oro, eso sería una exageración, pero sí es cierto que la ciudad cambió para siempre. La apertura de casas comerciales y la llegada de extranjeros y nacionales con ganas de hacer dinero trajeron de paso importantes reformas urbanas y Málaga abandonó la intranscendencia.
En ese periodo, la calle Granada seguía siendo una de las arterias principales, como evidenciaba, a las puertas casi de la ciudad, su primera parroquia, la de Santiago. Faltaba poco, eso sí, para que el cinturón de murallas pasara a mejor vida, pero el cáracter comercial y bullanguero de esta vía seguía siendo incuestionable.
En este entorno, hace cosa de un año, ha renacido de sus cenizas un edificio del siglo XVIII que durante buena parte del siglo XX y lo que llevamos de este pasó por una preocupante fase de letargo, hasta convertirse en una construcción cochambrosa.
Se trata del número 4 de la calle Santiago, y lo cierto es que las obras de rehabilitación no estuvieron exentas de polémica porque se siguió la moda de mantener únicamente la fachada.
Habría que precisar por tanto, que lo que se ha recuperado es una fachada del XVIII con pinturas barrocas. Eso sí, se trata de un maravilloso ejemplo de arquitectura fingida, de ese aparentar lo que no se tiene, porque las pinturas tienen un enorme realismo, en especial, esa sillería de las esquinas, que parecen mármoles encajados por un experto cantero y en realidad se trata de la buena maña de algún pintor.
Los balcones preñados, los vanos de las ventanas, con lujosos frontones que parecen recién salidos de Pompeya, (otra ciudad que emprendió una segunda etapa, lástima del volcán) y la maravillosa puerta principal, con el dintel y las jambas esculpidas con piedras de varios colores.
En suma, una fachada memorable y que, confiemos, pronto hará compañía a otro ejercicio de fachadismo forzado, el de la mansión de Solesio que hay enfrente, durante décadas confudida con un supuesto (e históricamente imposible) palacio de los Gálvez, y también lo de ‘palacio’ hay que ponerlo entre comillas. Más adelante, en calle Granada, está la soberbia casa del corregidor Luis de Eslava, también rescatada del olvido. Es ahora cuando se echa en falta la demolida iglesia de San José, la del gremio de los carpinteros. Muchos nos daríamos con un metafórico canto en los dientes si la Diócesis de Málaga hubiera conservado, por lo menos, la fachada, en lugar de demolerla. En su lugar, haciendo esquina con la calle San José, se levanta uno de los bloques más feos de Europa Occidental. Por eso, aplaudamos la recuperación de la espléndida fachada de calle Santiago, 4. Almenos, sigue en pie.