El Ayuntamiento repone la plancha de metacrilato de la calle Alcazabilla, que como el resto de este novedoso sistema no permite ver un pimiento, así que los restos arqueológicos que hay debajo pasan desapercibidos.
Por alguna ignota razón, que solo podrán desvelar los antropólogos o los sociólogos, a los políticos malaguitas se les puede reconocer por tres características, aunque con toda seguridad tengan más cosas en común.
En primer lugar, por algo que hemos comentado en esta sección en muchas ocasiones: la facilidad que tienen para convertir lo fácil en complicado. Quizás el ejemplo más señero sea la extrañísima forma con la que empiezan la mayoría de las oraciones. Y así, mientras una persona sin un cargo público u orgánico en un partido diría por ejemplo que «la Junta arreglará el problema de la Educación», lo que ya es mucho desear, un político malaguita profesional sería mucho más alambicado y en su lugar diría: «Desde la Junta se va a arreglar el problema de la Educación».
En suma, es el estrambótico e innecesario uso de la preposición de lugar desde. Todo hijo de Málaga que aspire a una larga sucesión de cargos debe comenzar buena parte de sus frases con esa preposición o dejar la carrera política.
El segundo rasgo, también comentado en esta sección, es el uso de un espantoso verbo importado de Francia tal cual, con la misma estructura gramatical, sólo que traducida a pelo, al español. Hablamos de mettre en valeur, transformado por el político de nuestra Málaga actual en el mítico verbo «poner en valor», que emplea en lugar de un amplio surtido de verbos castellano, bastante más comprensibles. Todo sea por impresionar a la audiencia.
En tercer lugar, y aquí ya no hablamos de cómo se expresan sino de sus hábitos, los políticos malaguitas suelen exhibir una moderada pasión por la lectura. Muchos aducen falta de tiempo pero los políticos del arranque de la Democracia leían como locos y sacaron la ciudad y la provincia adelante en peores condiciones que las actuales. Como curiosidad, en la actualidad un servidor sólo conoce a tres grandes lectores en el gremio -cada uno de un partido distinto, eso sí, para equilibrar-
Y todo esto es un rodeo muy político para concluir que el segundo rasgo característico, la querencia por usar en todos los actos públicos posibles el verbo «poner en valor», es lo que puede haber justificado que, después de meses de espera, hayan repuesto la placa de metacrilato de calle Alcazabilla, que en teoría servía para «poner en valor» los restos arqueológicos que había debajo.
Ya saben que todo es un cuento chino. Ya puede estar debajo la momia de Tutankamón con todo su ajuar que no se ve un pimiento, y lo mismo pasa en todos los rincones de la ciudad en los que se ha escenificado, con dinero público, la «puesta en valor» de todo lo encontrado en las últimas excavaciones.
En efecto, es una puesta en ridículo, más bien. Pero gestionar dinero ajeno justifica algo tan alejado de la lógica como repetir el error con el dinero de todos.