Andalucía puede terminar siendo una nación de antiguos reinos, Cataluña una nación de condados y Murcia, una nación secular siempre que se avenga Albacete.
Los esfuerzos de nuestros políticos por simpatizar con los nacionalistas no tienen fin. Y eso que en ese colectivo abundan los individuos con complejo de superioridad y una visión del mundo que bebe, a partes iguales, de la ciencia ficción y la sociedad estamentaria.
En los momentos más enfebrecidos del nacionalismo español se dijeron muchos disparates con el fin de contorsionar la Historia y adaptarla a los intereses políticos del momento, como que Viriato luchara por la independencia de su país, un concepto del que el pobre Viriato, a decir verdad, no podía tener ni pajolera idea.
En 2017, 42 años después de la muerte de Franco, el socialista Pedro Sánchez lanza un guiño a los sucesores de toda esa mitología reaccionaria que transforma a los ciudadanos en representantes de pueblos milenarios e inmutables que resisten frente al enemigo. España -ha establecido nuestro moderno dirigente- es una nación de naciones. El caso es que, si Oriol Junqueras, pese a ser historiador, tiene una visión del mundo idéntica a la de Gustavo Adolfo Bécquer en sus tiempos mozos, no era plan de ponerse a su altura.
Pero ya lo veíamos venir el día en el que los parlamentarios andaluces, en un acceso de misticismo cursi, establecieron que Andalucía era una «realidad nacional». Mucho más tranquilizador habría sido, transcurridos dos siglos del Romanticismo, haberla definido como «realidad racional».
La brumosa definición de España dará mucho juego interno a los políticos con ansias de poder en sus chiringuitos provinciales. Por supuesto, Andalucía será una de estas naciones pero también podrían escucharse voces discrepantes que precisaran, por ejemplo, que a su vez nuestra comunidad autónoma es una nación de antiguos reinos que deberían ser reconocidos de alguna manera, lo mismo que Cataluña es una nación de condados y Murcia otra nación secular, siempre que se avenga Albacete.
En Málaga mismo puede ser la hora de que los localistas malaguitas, que haberlos haylos, establezcan de una vez por todas los límites territoriales frente a la Sevilla que nos roba .
En suma, que realizar guiños ideológicos a los nacionalistas suele terminar en berenjenales retrógrados que, para más inri, los envueltos en banderas ni siquiera agradecen.
Regresa el siglo XIX, el siglo de los sentimientos, la pasión irracional y la Historia a la medida de los pueblos. El Siglo de las Luces, que muchos españolitos tomamos como modelo civilizador, pese a sus excesos, vuelve a sufrir un apagón. Luego no echemos toda la culpa al mulo de Trump.
Contención
La Noche de San Juan en Málaga nunca debería ser la de los cristales rotos ni las latas esparcidas por la arena. A tiempo estamos de frenar el ridículo.