La Alameda volverá en gran parte a ser el paseo peatonal de la ciudad y dejará atrás su pasado de carretera nacional iniciado en los años 20.
La exposición que sobre cartografía conmemora en la Autoridad Portuaria el 200 aniversario de la Farola y el libro, comentado extensamente en La Opinión, Monumenta cartographica malacitana. Portus & Civitas, que reúne 30 años de trabajo de los académicos correspondientes de la Historia, Francisco Cabrera y Manuel Olmedo, nos están deparando una fascinante máquina del tiempo, superior en atractivo a la serie televisiva ministerial, porque nos permite ver la ciudad desde el aire tal y como era hace siglos o podía haber sido (en los casos de proyectos nunca realizados).
Sorprende así, comprobar cómo a comienzos del siglo XVIII el Castillo de San Lorenzo era una fortaleza asomada a la bahía y cuyas olas rompían contra sus murallas mientras en el Guadalmedina se formaban en el cauce enormes islotes, señal de que, con los años, el Castillo de San Lorenzo terminaría tierra adentro ya en la década de 1760.
Del Archivo Histórico Nacional, del año de la declaración de independencia de los Estados Unidos (1776), procede uno de los planos más fascinantes, pues detalla a la perfección todos los usos de la playa que había delante de Puerta del Mar, un lugar en el que se construían y reparaban naves, se cobraban impuestos a quien desembarcaba en la playa con mercancía y en el que vemos, en forma de ele –una en dirección horizontal y otra vertical hacia la playa– sendas hileras de árboles señaladas como la «Alameda».
Nueve años más tarde, en un plano de 1785 del Archivo del Museo Naval, la Alameda ha enderezado el rumbo botánico y ya forma sendas dobles hileras de árboles que terminan en el Castillo de San Lorenzo y que en el arranque del XIX ya no eran álamos sino naranjos y adelfas.
Los ficus plantados en 1876, de los que se conservan unos cuantos, terminaron de cincelar la imagen actual de la Alameda, que en los años 20 del siglo pasado perdió su característica principal de paseo peatonal para dar paso al tráfico rodado.
Por eso, resulta esperanzador que, a los 90 años de esta medida, ahora se quiera revertir en buena parte con la inmimente reforma de la Alameda, que sólo dejará a la circulación un 25 por ciento de su espacio, lo que se traduce en pasar de 11 a 5 carriles y el resto, espacio para los peatones, que tendrán la oportunidad de admirar, por fin, los ficus de la Alameda Principal.
Y luego está el asunto nada accesorio de que el monumento al II Marqués de Larios dejará de estar preso en su glorieta, encajonado por las absurdas obras de un aparcamiento, algo que, como adelantó este periódico, motivó la protesta de la Fundación Mariano Benlliure, que temía por el futuro de la obra.
De nuevo, la ciudad da pasos en la dirección correcta, pues progresar no es, como piensan algunos, limitarse a levantar edificios donde Dios y nuestro permisivo Urbanismo les da a atender. Felicidades.