Los políticos cada vez se refieren menos a las comunidades autónomas y echan mano del mito y la fantasía al optar por «los territorios».
Hace ya algunos años que, para no herir la sensibilidad de los nacionalistas más carcas, bastantes políticos, y con ellos muchos periodistas españoles, han dejado de referirse a las comunidades autónomas para, en su lugar, optar por la palabra «territorio».
El cambio es puro símbolo: se aparca una referencia constitucional y racional para emplear en su lugar una palabra brumosa, indefinida, más propia de la Tierra Media de Tolkien o de Juego de Tronos que de la realidad administrativa española. Una palabra, por cierto, muy del gusto de la mitología nacionalista, tan afín a las emociones, los reinos perdidos y las banderas.
El empleo de territorios -en realidad las parcelas de poder de barones, lideresas, delfines y algunos reyes del mambo- supone la fusión perfecta entre infantilismo y lenguaje políticamente correcto, dos elementos que cada vez ganan más terreno en el Congreso de los Diputados, que muy pronto no se diferenciará de una tertulia televisiva. Por eso, bien haría la cámara baja en animar a Eduardo Inda, Pilar Rahola y Francisco Marhuenda a presentarse a las próximas elecciones generales. Los combates dialécticos entre Inda y Rufián no tendrían precio.
Lo principal es que, con el avance imparable del término territorio -reflejo de una generación de políticos con necesidad de perpetuarse ya que, en su mayoría, nunca ha opositado, jamás ha emprendido un negocio ni ha salido de la tutela laboral del partido- hora es de que nuestro Ayuntamiento abandone términos caducos y se apunte a la moda de forma radical.
Porque, pocas cosas hay más desfasadas que la palabra «distrito» para referirse, en el ámbito local, a las 11 divisiones administrativas de nuestro municipio; y en un terreno menos preciso, qué decir de barrio, un término contemporáneo de Chindasvinto que bien merecía el relevo.
Por eso, haría bien nuestro Consistorio en adaptarse a estos nuevos tiempos mitológicos, poblados por reyes ambiciosos, dragones políticos, orcos y un anillo para dominarlos a todos y en lugar de hablar del Centro Histórico de Málaga -algo que aburre al más pintado- cambiarlo por La Comarca, un término muchísimo más turístico y atractivo. Y ya de paso, abandonar esos escuetos Montes de Málaga y dar paso a las Montañas Azules, muy cerca por cierto del territorio de Ciudad Jardín.
En cuanto al Mar de Alborán y esas cosas tan pasadas de moda como la Bahía de Málaga o el rebalaje, ¿por qué no ceder el sitio al Mar de los Escalofríos? De cualquier modo, podría readaptarse la organización municipal y pasar de 11 distritos a Siete Reinos; con ello, al disminuir el número de concejales por territorio, arreciaría la batalla política y de paso, el interés por la vida municipal.
Traspasemos el umbral de la fantasía y avancemos, servidor el primero, por la senda territorial.