La parcela de la demolida Cruz Roja luce todavía en el muro una concertina, un peligroso alambre con cuchillas que en un tramo está ya a la altura de la cara del peatón.
El verano pasado tuvo lugar la demolición del antiguo hospital de la Cruz Roja, una operación que estuvo acompañada por las protestas de los trabajadores del vecino Centro de Salud de Capuchinos, a causa del ruido y el polvo que produjo. Este centro de salud, como muchos saben, es el único de los pabellones del antiguo hospital que queda en pie.
El desaparecido arquitecto José Maria Santos Rein, el mismo que diseñó el primer Corte Inglés de Málaga, fue el autor del complejo.
Lo llamativo es que hace un año que la parcela, ya sin pabellones que valgan y sin esa gran cruz roja que se veía por todos lados, se encuentra rodeada por una inútil y alarmante concertina.
Hace un par de años que muchos aprendimos que la concertina, aparte de un tipo de acordeón muy alargado, es ese alambre con cuchillas que se colocó en la valla de Melilla para tratar de impedir la entrada de inmigrantes ilegales. Los aficionados a las cuestiones bélicas, pero también a los tebeos de Mortadelo y Filemón, lo recordarán también porque formaba parte de todo sistema defensivo que se preciase.
Llama pues la atención que alguien decidiera colocar esta barbaridad para rodear el antiguo hospital. Al parecer, durante un tiempo fue un coladero de indigentes, así que para evitar la tentación de saltar el muro, se instaló el invento, que es una variante, un poco más sofisticada, de esos muros coronados por trozos de botellas rotas que se colocaban con pellas de cemento.
Nominar el alambre con cuchillas concertina, porque se despliega igual que el instrumento musical, es una broma macabra, un triunfo del lenguaje políticamente correcto que suaviza lo que de bestia tiene este método disuasorio o cuando menos, de bestia y desproporcionado cuando se utiliza en el casco urbano de una ciudad.
Ahora además, casi un año después de la desaparición de los pabellones, tiene mucho menos sentido la pervivencia del artefacto, que protege un terrizo en el que sólo podemos encontrar algún bache, aunque no de un tamaño tan llamativo como para que se esconda dentro un tío.
Pero ya no es solo el sinsentido de que permanezca la concertina, también está el peligro que provoca entre los peatones. A este respecto, se puso en contacto con esta sección hace poco un asiduo del estadio de La Rosaleda, que explicó que muchas personas pasan por la calle Pintor Bermúdez Gil, uno de los laterales de la Cruz Roja, muy próxima al puente de la Rosaleda y con ello se juegan el físico.
Porque, como al peatón se le ocurra pasar de noche por la acera más pegada al solar, tendrá un problema serio, pues, agazapado entre una buganvilla, le aguardará un trozo suelto de corcentina que ríase usted de Lobezno, el más peludo de los X-Men, a la hora del zarpazo. ¿Nadie se anima a quitarla?