Quien desencadena todo el embrollo es nuestro alcalde, por imprudente, al levantar, con sus declaraciones, sospechas de parcialidad en un concurso público.
Es muy posible que en la concentración de desagravio a Antonio Banderas de esta tarde, algunos participantes quieran, metafóricamente, echar al circo romano a la desagradecida oposición, mientras que también es probable que el partido en el gobierno trate de sacar tajada política de esta inesperada tragicomedia urbanística de Berlanga.
Debería quedar claro, sin embargo, que quien desencadena todo este embrollo es nuestro alcalde, Francisco de la Torre, por imprudente.
El proyecto de José Segui y Antonio Banderas gana el concurso de ideas del Astoria. Como se trataba de un concurso no vinculante, un servidor no vio prioritario opinar de él, pero lo cierto es que estaba bastante bien. A fin de cuentas, sustituiría a un edificio espantoso y crearía un contraste muy interesante en la plaza sin la insulsez y falta de armonía del artefacto anterior. Si acaso, habría que rebajarlo, pero no hay que olvidar que las bases del concurso abrían la puerta (pues para eso estamos en Málaga) a una excepcional salida de madre de los parámetros del Pepri Centro, exceso de hechuras presente en otros muchos proyectos que concursaron.
Se trataba, sin embargo, de un concurso no vinculante. Lo ganó Seguí, perfecto, pero lo mismo pasó con el concurso del Guadalmedina y ahí sigue, olvidado en un cajón.
En este caso, sin embargo, a Francisco de la Torre le encantó. No sabemos si le gustó más por las bondades arquitectónicas o por el nombre que lo respaldaba, una personalidad de la ciudad a la misma altura, intachable y admirada, que el equipo de fútbol o Picasso.
Y aquí llega la imprudencia del alcalde, que dejó caer que podía no exigirse un canon y que el concurso público que se convocaría (este sí, el bueno) podía incluir en el pliego de condiciones la presencia de una persona «con capacidad de proyección» (le faltó añadir, como Banderas). Como dio a conocer La Opinión, estas declaraciones incomodaron a los responsables del proyecto, máxime cuando el actor había reclamado la máxima transparencia. En mal lugar le dejaban estas declaraciones.
Además, ¿quién iba a perder el tiempo y el dinero presentándose a un proyecto para el que alcalde de Málaga ya tenía un favorito?
La imprudencia de De la Torre hizo saltar las lógicas alarmas de una oposición que debía velar porque, si se había decidido que el destino del Astoria se dilucidara en un concurso público, fuera lo más imparcial y transparente posible.
Lástima que nuestro alcalde sea tan poco dado a admitir sus errores, que los tiene como humano que es. Esta tarde puede que a la oposición le caiga la del pulpo por cumplir con su deber, aunque a juicio del firmante, el deber viniera acompañado de un exceso de celo, pero deber al fin y al cabo.
Por todo ello, alguien debería regalar El arte de la prudencia a quien, de haber estado más discretito, nos habría evitado esta innecesaria zapatiesta.
Hacer crítica de «lo que pasa en la calle», con palabras ajustadas e ideas claras, es también un arte. De ese modo «los eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa» se torna en «lo que pasa en la calle» -en este caso en torno al Astoria, y el Consistorio- y quien lee la «Crónica» queda informado y cuanto hay que decir de lo que sea el tema en cuestión o de quienes manejen hilos claves, se dice sin acidez y en román paladino. Un arte, todo un arte.
Me pregunto por qué no optan por la solución más sencilla: derribar tan horrendos edificios que dejarían a la plaza de la Merced una apertura a la Alcazaba. La superficie sería ajardinada y con terrazas, así la gente disfrutaría mucho más de las vistas y la gastronomía.
Libros en los bancos para llevar o para dejar…
Que se dé ese dinero por perdidoy que empleen el esfuerzo en otros proyectos olvidados.