Bípedos anónimos ensucian la muralla que une la Alcazaba con el Castillo, en la zona de Gibralfaro que se utiliza de botellódromo.
Ayer dejamos en esta crónica el famoso Mirador de Gibralfaro hecho unos zorros (la situación en la que permanece desde hace muchos años). La modesta teoría del firmante es que hace demasiado tiempo que no recibe la visita de un cargo público municipal, por eso de lo encrespado del lugar, pues bastaría con que un concejal o nuestro alcalde se asomara por los andurriales para experimentar un enrojecimiento cutáneo con vistas directas al coso de La Malagueta (lo que en jerga popular se conoce como «vergüenza torera»).
Por suerte para la imagen de la ciudad, ni al saliente François Hollande ni a Mariano Rajoy les dio por dar un paseíto hasta el mirador por eso de que celebraban una encuentro hispano-francés en la cumbre.
Pero la dejadez en la que se encuentra el Monte Gibralfaro, como esta sección se ha encargado de denunciar en muchas ocasiones, es crónica y aunque fluctúe y pase por periodos de un mantenimiento aceptable, ahora mismo nos encontramos con una preocupante situación no sólo en el mirador, a causa de las dichosas pintadas, que están proliferando en otros rincones.
En concreto, uno o varios bípedos sin identificar han realizado una pintada de gran tamaño en la parte exterior de la Coracha terrestre, la doble muralla que une la Alcazaba con el Castillo, en el enclave botellonero al que se accede, con gran facilidad, en la primera curva del camino a Gibralfaro, una vez que dejamos la calle Mundo Nuevo.
En este degradado rincón terminan las botellas y otros subproductos de la juerga, que caen ladera abajo. El extremo cabestrismo del autor o autores de la pintada, incapaces de apreciar la singularidad y belleza de un monumento como la Alcazaba, bien puede significar que, en este mundo en el que vivimos, algún día llegarán a presidir los Estados Unidos. Otra cosa es que se conviertan en personas ejemplares y de provecho.
Y como pasa en tantas incursiones al rincón favorito de los botelloneros, el pasado lunes, día de la incursión, abundaban las litronas, las latas y las botellas de ron, aparte de que refulgía el mar de cristales rotos sobre la hierba y tampoco faltaban los preservativos, pues una colchoneta rota parece que sirve para practicar el desfogue a cielo abierto.
La única novedad, aparte de esta lamentable pintada gigante, acompañada por otra de menor tamaño a pocos metros, es un enorme eucalipto, desplomado sobre la zona botellonera.
Como se ve, un parque temático del riesgo y la porquería. La hierba está alta en esta época del año y pronto lucirá seca y con miles de cristales rotos. Un repaso municipal a este entorno con toda seguridad nos evitará un susto veraniego.
Mañana terminaremos este repaso al monte, pues la porquería y las pintadas no se limitan al botellódromo. Los buenos bípedos, ya se sabe, trepan hasta donde haga falta.