En el entorno del puente de Juan Pablo II proliferan pequeños jardines y hasta una chimenea rescatada del olvido. Todo un cambio.
En esta crónica hemos comentado alguna vez cómo todavía queda por civilizar o como diría un experto urbanita, «coser», la parte de la ciudad que convive con la zona que deja de ser ferroviaria, por el famoso soterramiento de las vías, pero que todavía nos deja paisajes dignos del Western como esa pradera que antes ocupaban inmensas naves industriales. Hoy sirve de aparcamiento nocturno y de pipicán diurno, en las inmediaciones de los terrenos de la grúa municipal y alcanza hasta la avenida de Juan XXIII.
En los alrededores se han hecho también actuaciones loables como las tres zonas verdes, entre las calles Velasco y Ferrocarril, que acompañan al solitario, por poco frecuentado, puente de Juan Pablo II, unos jardincitos impecables que se ajustan a unas zonas muertas que antes sólo acumulaban gérmenes.
Hace algún tiempo, los vecinos se quejaron a este diario de que las papeleras de estos rincones estaban en estado de derribo, rotas e incluso comidas por el óxido, pero pasaron, felizmente, a la historia.
En cualquier caso, hace unos días el alcalde, Francisco de la Torre, inauguró en el Carril de la Cordobesa la nueva sede de la Asociación de Mayores Pedro Dito La Princesa, de 200 metros cuadrados. Un servidor recuerda al bueno de Pedro Dito, fallecido hace unos años, cuando expresaba el desencanto por un entorno olvidado.
Era esa maldición urbanística que en Málaga suponía tener a pocos metros las vías del tren. Suciedad y falta de equipamientos eran la tónica de la barriada de La Princesa hace tres lustros.
Hoy, por suerte, todo ha cambiado. Falta, claro, adecentar la mencionada pradera, y remozar a fondo esa siniestra pérgola llena de pintadas y basura que limita la parte en la que el AVE resurge de las profundidades, cuando está a punto de llegar a la estación María Zambrano; pero el panorama vital de los vecinos de La Princesa ha cambiado mucho con los jardines y equipamientos.
La urbanización de la zona nos ha dejado, además, una calle Ferrocarril con bloques nuevos que conserva, en relativas buenas condiciones, la chimenea de la antigua fundición de Rámirez y Pedrosa, en la confluencia con la calle dedicada al compositor Edward Elgar. El negocio estuvo en funcionamiento de 1916 a 1998.
Gracias a la perseverancia de la Asociación en Defensa de las Chimeneas y el Patrimonio Industrial de Málaga, que contribuyó a disminuir el grado de asilvestramiento de algunos de nuestros políticos más montaraces, al menos queda una de las chimeneas de la empresa, recuerdo de una Málaga industrial cuyos trabajadores se llevaron la peor parte en lo que respecta a las condiciones de vida. Por eso, resulta esperanzador que todo esté cambiando a ojos vista.
Vean si no el panorama desde el puente.