El viajero británico que trabó amistad con Félix Solesio a finales del siglo XVIII dejó unas impagables y poco bucólicas páginas sobre la Málaga por la que callejeó.
A comienzos de semana esta sección se detenía en la impresión que al viajero británico Joseph Townsend le había causado el dueño del palacio de Solesio de calle Granada, el genovés Félix Solesio, hacia 1786.
Aunque el empresario le pareció un hombre sensible e inteligente, eso no quita que se sintiera sorprendido por la mezcla de abundancia y mal gusto de su finca del Arroyo de la Miel, simbolizada en la caótica disposición de la mansión principal, así como en el detalle, nada accesorio, de que en la fachada principal colocara los cerdos y las gallinas.
Esta fugaz pincelada de un nuevo rico malaguita, que daría días de gloria en siglos posteriores hasta llegar al cénit durante el boom inmobiliaro (auténtica explosión literal del sector), es un interesante dato para quienes, como un servidor, indagan en los orígenes de lo merdellón en nuestra ciudad.
Pero al hablar de cómo se las gastaba Solesio, quedó en segundo plano la impresión que la Málaga deI momento causó en Townsend, realmente pésima, aunque fue atenuada, eso sí, por la calidez con la que fue recibido.
Tenía entonces la ciudad unos 40.000 habitantes, desde el mar eran muy llamativos esos Montes repletos de viñas que se llevaría la filoxera y, una vez que este viajero nada sensacionalista puso el pie en nuestra tierra, lo que más le llamó la atención fue la «suciedad proverbial» y las muchas calles estrechas y mal pavimentadas.
Por entonces, a su juicio, la ciudad sólo contaba, como edificio más notable, con la Catedral, pues la Aduana no sería una realidad hasta bien entrado el XIX. En su opinión, en la Málaga que visitó observó un número asombroso tanto de conventos como de mendigos.
No debía ser, parece, la Ciudad del Paraíso que evocaría Aleixandre, por eso Joseph Townsend concluyó que estaba dominada por «la suciedad, la porquería, la inmoralidad, el vicio y la pobreza». A ver qué agencia de publicidad levantaba la losa de tan implacable sentencia.
Como curiosidad, arribó en Semana Santa y en la noche del Sábado Santo pudo asistir al desfile, no de penitentes, sino de decenas de corderos adornados con cintas de colores que correteaban por las calles. Al parecer, durante los tres días de Pascua estos corderos pascuales entraban en la ciudad sin pagar impuestos y los malagueños aprovechaban bien la medida de gracia.
Y pese a que visitó amigos que vivían a pocos metros de donde se alojaba, míster Townsend siempre iba acompañado, al anochecer, por un sirviente con un farol, medida de precaución por el alto número de asesinatos en sus calles (70 en 16 meses, informó).
También contó que, en verano, los malagueños tomaban baños nocturnos, separados por sexos y el de las mujeres, con centinelas armados incluidos. Una Málaga distinta, poco memorable, la que visitó este viajero británico.
Para que luego nos quejemos de la huelga de basura.