Un artista anónimo, al menos para el firmante, ha llenado de dibujos realizados con tizas de colores las farolas, las papeleras y parte del muro interior de la plaza de la Merced.
Un precioso cuento de Roald Dahl (o quizás fuera de Somerset Maugham, que aquí el firmante tiene dudas), describe el paseo del protagonista por una playa del sur de Francia, hasta que se topa junto a la orilla con un viejo enérgico y fibroso que comienza a realizar, con rapidez un enorme dibujo en la playa. posiblemente una escena con faunos y ninfas.
Al cabo de un par de minutos, las olas irrumpen en la escena y borran para siempre ese maravilloso dibujo. El viejo fibroso no es otro que Pablo Ruiz Picasso.
Este resumen del relato viene a cuento, valga la redundancia, porque desde hace pocos días la plaza de la Merced ha sido surcada por un huracán artístico que el tiempo, y las manos de algunos niños, se están encargando de borrar.
Un servidor ignora si se ha tratado de una actuación enmarcada en algún programa municipal o si ha sido obra de un artista independiente que decidió, un buen día, sacar sus bártulos y dar alegría a la plaza.
En este último caso, quizás entraría en una categoría más liviana de grafitero, ya que en lugar de un spray, que luego cuesta eliminar bastante, ha utilizado tizas de colores.
El asunto es que, desde hace unos días, las farolas de la plaza, pero también las papeleras y hasta una pequeña porción de muro interior que da a la calle Granada, han sido pintadas con tizas de colores. No se trata, eso no, del clásico guarreo que realizaría el grafitero monotemático que sólo busca inmortalizar su nombre o repetir hasta la saciedad un dibujo (como el bípedo que está llenando Málaga con el rostro a gran tamaño de un personaje de los Simpson). Hablamos aquí, por contra, de un empeño ciertamente artístico y un servidor ignora si este propósito supone algún atenuante a la hora de una multa municipal, caso de que lo haya realizado a su libre albedrío.
De todas formas, se trata de dibujos artísticos, coloridos y bonitos, que, no hay que ser un augur para adivinarlo, habrían encantado al juguetón de Pablo Picasso, quien por supuesto habría sido capaz de pintar una obra genial y fugaz como la de la playa francesa, pero también de pintar su plaza natal.
Al firmante los trazos de varios colores le recuerdan esa obra de rejería que al diseñador valenciano Javier Mariscal, el creador de la mascota Cobi, le encargaron hace cerca de una década para el hotel Silken Puerta Málaga, junto a la estación de tren María Zambrano.
Y claro, es posible que tras la publicación de esta crónica, el Ayuntamiento se plantee borrar la intervención artística, que ya tiene algunos churretes. La manguera hará su lógica aparición y el agua se llevará, como el dibujo picassiano en el rebalaje, un buen rato de creación artística, ejecutada para durar un corto lapso de tiempo. Nos quedará entonces, como en el cuento, el recuerdo pero también algo muy importante que no tenía el paseante del relato: algunas fotos de la hazaña. Lástima.