La detallada descripción de un viajero británico de la finca de Félix Solesio abre un campo precioso para los antropólogos y sociólogos que investigan la ostentórea figura del nuevo rico.
La semana pasada hablamos del genovés Félix Solesio, el primer propietario de la casona de la calle Granada que hoy, por fin, va camino de convertirse en un hotel.
Lo que quizás no sepan muchos lectores es que es uno de los personajes que aparecen en el precioso libro Viaje por España en la época de Carlos III, del británico Joseph Townsend, que visitó nuestro país entre 1786 y 1787, Málaga incluida.
Townsend, hombre de letras y de ciencias, está considerado un viajero serio y objetivo. Fue muy admirado por José María Blanco White y conoció España a través de personajes como el Conde de Floridablanca o Campomanes. Así que, por su talante y por la época, estuvo a años luz de los posteriores escritores románticos, muchos de los cuales podríamos calificar de sensacionalistas, por su exagerada búsqueda del tópico.
Durante su visita a Málaga, en plena Semana Santa, el escritor confesó que quiso abandonar de inmediato la ciudad, por la porquería y abundancia de mendigos en sus calles, pero la calidad humana que encontró fue tan grande, que dijo marchar con verdadera pena cuatro días después.
A lo largo de esa visita, coincidió en la Catedral con uno de los cuatro hijos varones de Félix Solesio, quien le invitó a conocer la finca de su padre, San Carlos (en honor a Carlos III) en el Arroyo de la Miel. Se trataba de un gigantesco complejo con molinos para extraer agua, con vistas a elaborar papel para su fábrica de naipes en Macharaviaya, finca que como muchos saben, daría lugar al moderno Arroyo de la Miel.
El viajero inglés dijo de Solesio que era «una de las personas más sensibles e inteligentes que me han honrado con su amistad y estima» pero Townsend, que era un hombre franco, tampoco se cortó a la hora de describir la finca de San Carlos, pues señaló que la casa principal, muy espaciosa, era «grande solo por la utilidad» pero «sin buen gusto» y como prueba, el que en la fachada principal se encontraran los gallineros y las pocilgas.
Al parecer, Solesio quiso ir al grano,y sacar el mayor rendimiento a sus terrenos, con lo que mandó la estética a hacer puñetas. De hecho, el británico señaló que en toda la casa no había «una sola buena habitación» y tampoco «el menor rastro de simetría». Todas estaban «diseminadas sin ningún orden».
Incluso la vajilla de la mesa, repleta de viandas, «adolecía de la misma falta de simetría y refinamiento del resto de la casa».
Hay que preguntarse si la mansión de calle Granada, una de cuyas funciones principales era la de almacén para los mazos de cartas, no atesoraba la misma mezcla de abundancia y falta de buen gusto. En todo caso, aquí tenemos ya, a finales del siglo XVIII -el de la salida de Málaga de un letargo de siglos- el germen de esa figura tópica del nuevo rico que, como saben, en nuestra tierra recibió el nombre (de origen italiano, no francés) de merdellón. Solesio fue uno de los pioneros.