En 1914, Miguel de Unamuno y el ministro malagueño José Bergamín protagonizaron una trifulca a raíz de que el malagueño destituyera al pensador bilbaíno como rector en Salamanca.
En el mundo de las letras, Juan Ramón Jiménez, cuya imagen quedó más que dulcificada por las mentes infantiles gracias al Platero y yo, parece que no era como nos lo pintaron. De puertas para adentro, al menos por los testimonios de muchos de sus contemporáneos, da la impresión que había que echarle de comer aparte. Puede decirse que era más retorcido que el alambre de una ratonera y de ello fueron testigos algunos poetas y personas de letras que fueron objeto de sus pullas especialmente sangrantes y aviesas.
Este carácter ciertamente pejiguera parece que lo mostró incluso, como ayer contaba el diario El País, en su viaje de novios, cuando demandó a la compañía naviera con la que viajó a Nueva York por haberle mojado el baúl que contenía su ropa. Los testimonios de la compañía naviera hablan de un cliente bastante impetuoso y desagradable, claro que, a ver quién es el guapo que mantiene la calma, si descubres en tu luna de miel que todo tu vestuario es una sopa atlántica.
Y parece que en esos ardides, quien le superó fue Jean-Jacques Rousseau, pues al menos para algunos de quienes le trataron, el suizo era lo que se conoce coloquialmente como «un bicho».
Como se ve, y eso en realidad debería aliviarnos, los prohombres y seguro que también las promujeres, son personas de carne y hueso que, aunque mentes brillantes, en la vida real pueden ser tan insoportables como muchos hijos de vecino.
Precisamente la estupenda colección de biografías Españoles eminentes, que está promoviendo la Fundación Juan March y que publica Taurus, está llenando un hueco muy importante, pues España siempre ha estado manca de biografías, pero también nos está descubriendo el lado más humano y menos ejemplar de los biografiados. Ahí está, por ejemplo, Ortega y Gasset, estudiante de los jesuitas en Málaga y que desde su más tierna infancia exhibió un ego comparable al de Donald Trump aunque, felizmente, resultó más inteligente y civilizado.
Pero hoy, de la biografía que de Unamuno ha escrito Jon Juaristi, resaltamos un curioso incidente entre el pensador bilbaíno y el ministro malagueño de Instrucción Pública José Bergamín, natural de Campillos.
Con la llegada de Eduardo Dato al poder, este quiso controlar las universidades y nombrar a rectores conservadores. Un cambio muy de la época. Por este motivo, Bergamín cesó en 1914 a Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca, cargo que ostentaba desde 1900.
Don Miguel montó en cólera, se saltó al ministro, escribió a Dato, habló de conspiración y hasta metió en el saco a la reina madre, María Cristina. Bergamín se tomó mal la reacción del defenestrado y entre los dos creció una animosidad que provocó que, a partir de ahí, Unamuno se refiriera al ministro malagueño, de forma despectiva, como «el gitano del Perchel».
Como se ve, una reacción poco elegante y con tufillo xenófobo, impropia del gran pensador español. En todas partes cuecen habas.
Unamuno llenó su vida de cabreos y trifulcas con los «jefes» casi tanto como de obras y poesías. Llevaba una libreta de notas siempre consigo e idea que le venía a la mente, ¡a la libreta! Como poeta tiene grandes cosas. Mejores que como «trifulquero» (si se admite lo de trifulquero…)