La entrada a Churriana sigue presidida por dos estrambóticos postes telefónicos para los que el Ayuntamiento solicitó permiso a la Junta para canalizarlos bajo tierra, sin resultado.
Hace dos años, en un reportaje sobre esta comedia de Azcona hecha realidad en Churriana, ya dijimos que los caminos de las administraciones eran inescrutables, sobre todo si tenían signo político distinto.
Al menos un servidor no ha visto más desplantes y puñaladas traperas que cuando nuestros representantes políticos, con rostro de cemento portland y sonrisa fingida, se refieren a la «lealtad institucional» con la que han llevado tal o cual negociación. Está demostrado que cuanto más mencionan la «lealtad institucional», más lejos se ha ausentado ésta a por tabaco.
Este periódico dio a conocer en mayo de 2015, a las puertas de las elecciones municipales, cómo el Ayuntamiento de Málaga, y en concreto el distrito de Churriana, había sido plantado por la Junta de Andalucía, a la hora de autorizar el soterramiento de dos postes de teléfono a la entrada del barrio.
El emplazamiento no era ninguna broma, se trataba de la preciosa transformación de un lugar inhóspito, un cagadero de perros, en un pequeño vergel. Una zona verde realmente bonita, reformada gracias al proyecto de integración paisajística del acceso principal a Churriana pero que, dos años después, bien puede conocerse como el parque de los palitroques, porque los dos anacrónicos postes siguen ahí, enhiestos, dando la bienvenida a todo paseante o conductor que encare la calle Torremolinos.
El entonces concejal de Churriana, José del Río, montó con razón en cólera por la no autorización, mientras que la Junta de Andalucía negó maldad alguna y recordó que faltaba la firma del Consistorio para la cesión de ese tramo de carretera autonómico. También recordó que con que Telefónica hubiera solicitado mandar los cables bajo tierra, se lo habría concedido.
Escuchadas las dos partes, lógicamente la lealtad institucional sigue perdida por el espacio. El año pasado ya dimos cuenta del primer aniversario de este desaguisado administrativo y, casi dos años después, volvemos al lugar de la fechoría para constatar lo mal que se pueden hacer las cosas cuando dos burocracias no colaboran.
Porque los palitroques siguen ahí, haciendo la peseta (de verdad, no se dice peineta) a todo el que entra o sale del barrio.
Han pasado dos años y estos postes simbolizan el triunfo de la política de confrontación y paralís, la que, en último término, sólo hace la puñeta a los ciudadanos.
Comparen este estropicio paisajístico con la escultura vecina, empequeñecida por los postes, y que en teoría iba a presidir este jardincito lleno de flores. Titulada …sobre una ola, de la que es autor Manuel Moreno Martín, sigue a la espera de su gran día.
Como ven, un sinsentido que no mejora. Lo dicho, la lealtad institucional salió a por tabaco y a los churrianeros solos les resta esperar a que algún año arribe la sensatez.