Detrás del depósito de la grúa comienza un gigantesco terrizo, suma de las vías de tren soterradas y las naves industriales que hicieron mutis por el foro.
Hay una zona del veterano barrio de La Isla que, vista desde el aire, como la proa de un barco parece acercarse a las vías del tren para atracar junto a ellas. Unos metros más al Oeste fue el lugar elegido por Renfe (o Adif, vaya usted a saber), para que el AVE emergiera después de regalarnos a los malagueños un buen tramo de línea subterránea desde la Ronda Oeste, lo que ha hecho posible que los vecinos de Nuevo San Andrés y Dos Hermanas -un barrio cuyo nombre, parece, procede de dos hermanas que estaban a cargo de un vecino paso a nivel- disfruten ahora de un bulevar. De paso, los antiguos terrenos de Repsol también se despidieron de las vías.
Pero esta importante transformación todavía está medias. Lo podemos comprobar muy cerca del punto de atraque de La Isla, junto al depósito de la grúa municipal, transformada en el Servicio de apoyo a la circulación, uno de los eufemismos más brillantes de la neolengua malaguita.
A partir de ese punto y si uno se dirige al Oeste, podrá vagar como un ser perdido por la inmensidad de un terrizo que los vecinos aprovechan para que sus animales abonen la tierra. Porque en esta zona de Málaga se junta el tramo rescatado a las vías del tren con la enorme parcela en la que, hasta hace unos años, vegetaban unas naves abandonadas, próximas al Carril de la Cordobesa, motivo de queja de la asociación de vecinos de La Princesa por la abundancia de indigentes y la compraventa de droga.
Como las quejas iban creciendo, el Ayuntamiento las demolió y ahora sólo quedan unas pocas, las que todavía funcionan.
Sin embargo, en la parte más estrecha, la que pega al muro de la grúa, el paseante estará escoltado por una especie de marquesina de techo intermitente que, además de ofrecer una oxidación en tiempo récord, se encuentra ocupada casi en su integridad por pintadas.La marquesina, en teoría, acompaña de forma artística el tramo a cielo abierto en el que emerge el AVE, pero los viajeros lo único que verán es una pincelada decrépita de Málaga, precisamente gracias a esta desmejorada instalación.
Y lo cierto es que esta marquesina y su entorno tuvieron un pasado reciente mucho peor, porque en otros paseos del firmante, presentaban más porquería que la bombilla de una cuadra.
Ahora por lo menos el suelo del terrizo está practicable y sólo hay que tener un poco de ojo para no pisar las cacas que abundan, porque, que se sepa, hasta la fecha es el mayor parque canino de Málaga y puede que de Andalucía.
Mientras llegan cambios sustanciales, el paseante puede continuar recto hasta la rugiente avenida de Juan XXIII, desde donde verá el campo de los antiguos terrenos de Repsol. Hace 30 años, nuestros responsables políticos acordaron que iba a ser un gran parque. Tres décadas después, la codicia ha hecho muy bien su trabajo. Mejor dar la vuelta y volvernos por donde hemos venido. Parque canino a través.