El Ayuntamiento pone a punto estos días el Puente de los Alemanes y lo deja libre de la última reata de pintadas vandálicas.
Antes de que se popularizaran (es un decir) los coches Mercedes Benz o los electrodomésticos Siemens, Málaga lució en sus calles una estructura de hierro (con algunas piezas de acero) de innegable diseño alemán, aunque construida por una empresa local, la sociedad constructora Martos y Cía del Paseo de los Tilos.
Hablamos, cómo no, del Puente de los Alemanes, inaugurado en 1909. Fue el mismo año en el que salió el primer número de La Unión Ilustrada, la revista gráfica de distribución nacional hecha en nuestra ciudad, la empresa periodística privada más relevante de la Málaga del siglo XX… pero esa es otra historia.
Como todos saben, el pueblo alemán costeó la obra tras la riada de 1907 que se llevó el antiguo puente de Santo Domingo donde Franco -que por entonces era un imberbe- perdió el mechero. Y todo, como agradecimiento a la ayuda prestada por los malagueños tras el hundimiento del buque escuela prusiano Gneisenau en 1900.
El gesto de generosidad se repitió en tiempos de Pedro Aparicio, en 1983, cuando el puente fue restaurado, en buena parte con la aportación de cinco millones de pesetas aportados por instituciones de Alemania Occidental y alemanes de a pie. Guido Brunner, el embajador de la entonces RFA, se encargó de entregar esta cantidad en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento.
Cerca ya de su centenario, a finales de 2008, la pasarela fue restaurada e iluminada. Y aunque no esté científicamente comprobado, da la impresión de que las luces atraen a sujetos con pocas luces -como hacen las bombillas con los insectos- porque, como ha reflejado esta sección en varias ocasiones, el puente no ha dejado de lucir pintadas que evidencian que a sus autores les falta una cocción y que su futuro, de momento, no está en las letras.
Se trata, como intuyen, de pintadas que se limitan a plasmar los apodos de los especímenes que, armados con un aerosol, ensucian este símbolo de solidaridad entre dos países en tiempos de desdichas.
Los romanos ya advirtieron de que, antes de negar con la cabeza, había que asegurarse de tenerla y estos aerosolistas se han puesto a emborronar vigas, en lugar de cuartillas, sin tener ni pajolera idea de qué mensaje dejar para la posteridad ni si, en realidad, merece la pena dejar mensajes.
Mientras se aclaran y trata de dejar atrás una adolescencia programada que no deja de alargarse, el Ayuntamiento no ha querido esperar a que los aerosolistas maduren y estos días se está encargando de borrar la conjura de necias pintadas concentrada en el puente prusiano.
Lástima que no se anime a derribar de paso las columnas acristaladas y acribilladas a pedradas que escoltan el cauce del Guadalmedina. Esperarán a que se las lleve, rumbo al anchuroso mar, la próxima riada.