Por primera en dos décadas se observan importantes signos de mejora en una calle de Carlinda que funcionaba de patio trasero del barrio.
Si un cartel de cine debe resumir la esencia de la película, el de El viaje a ninguna parte cumple su cometido a la perfección, porque retrata a la compañía de cómicos en la inmensidad de un paisaje español reseco y agreste, como surgida de un sueño y por descontado, desnortada a más no poder.
La película y novela, por cierto, tienen el acierto de recuperar uno de nuestros adjetivos calificativos más castizos y, por desgracia, olvidados: zangolotino. Y hay que tener, eso sí, un poco de alma infantil, zangolotina, para cumplir como hace un servidor con una especie de rito que escenifica desde hace casi veinte años cada vez que visita el barrio de Carlinda. Se trata de adentrarse por una calle sin nombre junto a la transitada calle dedicada a la Nuestra Señora de Tíscar y realizar, faltaría más, un viaje a ninguna parte.
Porque esta vía sin nombre puede decirse que cumple la función de patio trasero del barrio, un patio que durante muchos años ha estado olvidado, asilvestrado y sólo ha servido de asueto a los amantes de la botella. Por eso, en cuanto uno desciende por una suave cuesta, con lo primero que se topa es con un rincón lleno de árboles, vegetación y sobre todo de botellas, que parece que han florecido esta primavera y forman parte del paisaje. Tampoco falta una pintada gigante con la cara de un personaje de los Simpson que, como hemos contado alguna vez en esta sección, prolifera por media Málaga en todo tipo de rincones y viviendas, fruto sin duda de un autor anónimo ciertamente zangolotino.
Luego llega el patio trasero, un aparcamiento al aire libre, delimitado por un corte abrupto en el terreno, por un respetable precipicio camuflado por toneladas de hierba y ramas, así que cualquiera que, al oscurecer, trate de andar por él más de la cuenta, corre el riesgo de caerse con todo el equipo…en los terrenos de la fábrica Salyt, que es la vecina del patio sin nombre.
En estos casi veinte años se han sucedido las quejas de las asociación de vecinos del barrio, que algo ha conseguido, porque el terrizo abrupto donde los conductores se dejaban las llantas está hoy hormigonado y lo más esperanzador es que una de las laderas que rodea esta calle a ninguna parte estaba siendo ajardinada por el Ayuntamiento hace unos días.
Queda tan solo por hormigonar un tramo pequeño, al final de la cuesta, por el que el peatón bien haría en usar zancos o colocarse plantillas de varios centímetros de grosor.
Y queda, claro, por colocar algún tipo de protección cerca del abismo fabril para evitar despeñamientos.
En todo caso, es uno de estos rincones de Málaga en los que, gracias a la constancia de la asociación de vecinos, el Consistorio toma cartas en el asunto y hace algo más que barajar. Las cartas están sobre la mesa. Dejaron de vagar por ahí.