Hoy enlazamos las desventuras de Henry David Inglis camino del Castillo de Gibralfaro allá por 1830 y el forzoso rodeo actual de sufridos guiris que intentar
coronar la cima del monte por donde no deben.
Las simpatías de un servidor siempre han estado con Henry David Inglis, el viajero escocés que, siguiendo la estela de otros compatriotas, trató de averiguar por sí mismo cómo eran las esencias de la España romántica.
El regreso de tantos soldados británicos y franceses a sus hogares tras la Guerra de la Independencia había disparado la demanda de aventuras en España, reconvertida por la febril imaginación de los extranjeros en una tierra salvaje, oriental e infectada tanto de manolas como de bandoleros.
Henry David Inglis, en su viaje a Málaga en 1830, quiso darse una vuelta por las ruinas del Castillo de Gibralfaro y a mitad del ascenso, el destino le lanzó una primera advertencia en forma de tres hombres «con aspecto de rufianes» que jugaban a las cartas junto a una pared.
Un poco más arriba, el destino volvió a advertirle de que iba por mal camino cuando se encontró con que un sujeto de mirada fiera casi le cerraba el paso, mientras un segundo se ocultaba detrás de una mata, como si se preparara para un control sorpresa de alcoholemia, pero en realidad para atracarle.
Ante esta visión nada angelical de su futuro inmediato, el señor Inglis puso pies en polvorosa y descendió el Monte Gibralfaro a una velocidad cercana al vuelo bajo.
En nuestros días, felizmente, las alturas del monte no proporcionan estos tremendos sustos a los guiris, pero hoy, en 2017, debemos dar cuenta de una curiosísima romería de extranjeros que, de forma pertinaz, realiza siempre la misma ruta.
Piensen en un guiri, más despistado que Donald Trump en una museo, subiendo esa calle Ferrándiz a la hora de comer con el deseo de coronar el Monte Gibralfaro y visitar, como Henry David Inglis, el castillo, aunque sin sobresaltos.
Coincide la subida con la salida de los niños del Colegio del Monte y como estos guris ven a tantas personas entrando y saliendo del lugar, toman la cuesta de este veterano centro para descubrir al final, sorprendidos, que no han llegado al Castillo de Gibralfaro sino al Colegio del Monte, donde amables padres de alumnos y profesores les indican que deben desandar el camino, armarse de paciencia y coronar la cima, pero por el sitio correcto.
En Inglaterra, una veterana serie de humor llevaba por título Estas no son las noticias de las 9, y da la impresión de que si pretendemos que los guiris lleguen frescos a Gibralfaro sin sobrecarga muscular ni muchos rodeos, el Colegio del Monte debería colocar a la entrada un cartel que en varios idiomas dijera eso de «Este no es el Castillo de Gibralfaro». El espíritu de Henry David Inglis también lo agradecerá.
Sueño y realidad
Las esculturas de gaviotas del recinto musical Eduardo Ocón sirven a su vez para que se posen en ellas las aves de carne y hueso.