La esperanza es que, a lo largo de este siglo, se llegue a algún tipo de acuerdo para regular, de forma civilizada y respetando las ordenanzas, la ocupación de la vía pública en Málaga.
Justo esta semana se cumple un siglo de una gesta digna de Rinconete y Cortadillo: las fuerzas del orden de esa Málaga de 1917, la que repuntaba, paradójicamente, a causa de la Gran Guerra, desmantelaron una red de afanamiento de sillas y veladores de tabernas y restaurantes de la ciudad.
Con la ayuda de dos serenos, la policía detuvo a los rateros, que se habían hecho con un amplio surtido de veladores de hierro, sillas de madera, de tijera y de mimbre que luego revendían a bajo precio a taberneros pero también a particulares. Durante unos días, no hizo falta ir a Sevilla para perder la silla, pero finalmente, las aguas volvieron a su cauce.
Aunque solo sea por el material intervenido, esta anécdota le recuerda a un servidor el problema, parece que eterno, del mobiliario de hostelería en la vía pública.
Hace unos años, cuando comenzaba a crecer la Málaga de las cien tabernas gracias al turismo, un servidor llamó la atención sobre el exceso de mesas y sillas en la plaza del Obispo, hasta el punto de que, algunas veces, solo parecía haber un hueco libre dentro de la fuente. La crónica recibió epítetos bastante efervescentes por parte de un malagueño que se consideró directamente afectado y que argumentó que nadie iba a quitarle el pan a sus hijos.
En opinión de un servidor, lo ideal sería llegar a un acuerdo para que nadie perdiera el pan pero a cambio, que los malagueños y visitantes no perdiéramos las plazas ni las calles y, como mínimo, se pudiera transitar por ellas sin necesidad de andar en fila india.
A finales de febrero, el Ayuntamiento retiró todas las mesas y sillas de varias calles del Centro, con el fin de reajustar el espacio exterior de las vías. La medida creó la lógica alarma entre los hosteleros, que reciben buena parte de los ingresos de las terrazas. Pero por muchas reuniones y reordenaciones que se realicen, la solución, al modesto juicio del firmante, radicará en su mayor parte en vencer la tentación y no colocar más mesas de las autorizadas en los momentos de máxima afluencia de clientes, es decir, en cumplir a rajatabla lo acordado con el Consistorio, aunque eso suponga ganar menos dinero.
Todos los veranos, cierto merendero del paseo marítimo del Palo se salta a la torera el murete de la playa para colocar una pléyade de mesas y sillas en la arena y así poder atender la ola de comensales. Hay calles del Centro en las que un servidor intuye que, o bien el Ayuntamiento ha perdido el juicio y pretende que los viandantes las atravesemos practicando eslalon o en fila de uno o bien alguien hace caso omiso de las ordenanzas municipales. Y como recuerdan los vecinos del casco histórico, a más mesas colocadas porque sí, más ruido y a la larga, más mutis por el foro de vecinos hartos de vivir en una taberna perpetua.
Ese es el fondo de la cuestión, aunque algunas veces paguen justos por pecadores. O justos por Rinconetes.