Málaga se queda sin optar a la Agencia Europea del Medicamento por el apoyo del Congreso a Barcelona. Como pasó con la capitalidad cultural, el contexto político es lo primero.
El Congreso de los Diputados decidió el pasado miércoles que debe instar al Gobierno a que impulse la candidatura de Barcelona para que acoja la Agencia Europea del Medicamento. Con el Brexit, los británicos se pegaron un tiro en el pie en un ataque de provincianismo identitario, perfumado con las inevitables gotitas de xenofobia y clasismo de estos movimientos.
Por la gracia de este referéndum, Londres se queda sin la sede y como es lógico, han surgido candidatas para el relevo en media Europa. Como muchos sabrán, Málaga fue una de ellas en España, junto a ciudades como Madrid o Alicante. La decisión del Congreso, apoyada por PP, PSOE y Ciudadanos y propuesta por los retales de la antigua Convergencia, deja Málaga en la estacada. El voto gregario de los grupos parlamentarios impidió que hubiera discrepancias entre los diputados, incluidos los elegidos para representar a nuestra provincia.
No hay que ser un Arsenio Lupin, Miss Marple o Pepe Carvalho para concluir que, una vez más, a la hora de elegir una sede relacionada con la Unión Europea, en la decisión de nuestros políticos pesa más la política que la objetiva valoración de las candidaturas. Y no es que Barcelona, con importantes laboratorios farmacéuticos, no sea una opción de enorme peso, es que desde 2012 un grupo de políticos autonómicos, envueltos en la bandera sagrada, pretende la secesión por las bravas, con la ayuda de un gazpacho histórico-mitológico dispensado a la población durante décadas, con la misma constancia, fanfarria y exceso de imaginación que el Nodo franquista.
Ante estas circunstancias, y para calmar las pulsiones identitarias -y últimamente antidemocráticas- toca amansar a los patriotas con un gesto que demuestre que el Gobierno central no se olvida de Cataluña.
Tampoco hay que asombrarse ni rasgarse la bata de farmacéutico: ocurrió lo mismo cuando se decidió la candidatura de Capital Cultural de Europa de 2016. La elegida, para sorpresa de la mayoría, fue San Sebastián. Por descontado, la ciudad tenía sus méritos, pero ahí estaba la propuesta alternativa de Málaga, ¿y qué decir de Córdoba, con su casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad?
En la elección, intuye un servidor, pesó el fin del terrorismo y el inicio del proceso civilizador de los batasunos. Fue un premio por el final de los asesinatos, la quema de autobuses y la amedrentación y lo que menos se tuvo en cuenta fue la oferta cultural que pudiera presentar Donostia.
¿Debe Málaga imitar a los partidos nacionalistas y comenzar a mirar con desdén las provincias vecinas?, ¿es hora de interesadas balanzas fiscales, de pedir la excarcelación de angelitos o de ejercer la insolidaridad? Mejor seguir por la senda de la concordia, aunque eso nos prive de sedes europeas los próximos siglos. Eso sí, a veces dan ganas de agitar banderitas y formar cadenas humanas .