Tras su jubilación, el ingeniero belga de los antiguos tranvías de Málaga desarrolló una pasión científica que le asemejó mucho a uno de los personajes de Tintín más conocidos: el profesor Tornasol.
La semana pasada, el gerente de la EMT, el escritor Miguel Ruiz y el exdecano del Colegio de Economistas de Málaga, Daniel Pardo, presentaron un libro de autoayuda, en forma de novela, titulado Objetivo la Luna, en cuya portada podía verse el famoso cohete que condujo a Tintín a nuestro satélite.
En la obra, que anima a dar el paso y cambiar de trabajo e incluso a montar tu propia empresa para cambiar de rumbo vital, uno de los protagonistas, Daniel, es un gran seguidor de los tebeos de Tintín, cualidad que comparte el Daniel real, el economista Daniel Pardo.
Las aventuras del reportero belga, felizmente, siguen fascinando en el siglo XXI. Y como muchos seguidores saben, su creador, Hergé, se inspiró en muchas personas reales para crear algunos de sus personajes.
Yo no sé si saben que aquí, en Málaga, tuvimos de vecino el siglo pasado a un encantador personaje que parecía salido de los tebeos de Tintín y que, en concreto, recordaba muchísimo al famoso profesor Tornasol. Hablamos de don Mauricio Loizelier, belga como Tintín y Hergé, el ingeniero encargado de los tranvías electricos que recorrieron Málaga y que salieron de su tierra, en concreto de la ciudad de Charleroi.
Don Mauricio fue el ingeniero director de los tranvías de nuestra ciudad desde 1910 hasta bien entrados los años 30. En la década de 1880 estudió en la Universidad de Lovaina y antes de llegar a Málaga, estuvo trabajando en Madrid en una empresa maderera familiar. Allí, en la capital de España, conoció a la hija del cónsul belga, y se casó con ella el mismo año en que se instaló en Málaga, en una casa en El Limonar.
Lo del personaje tintinesco tiene que ver con una pasión que, como contaron al firmante dos de sus hijos, Ghislaine y Fernand, comienzos de este siglo, nació al poco de jubilarse.
Al parecer, después de viajar a Bruselas y leer muchos libros científicos, se entusiasmó con la técnica de la radioestesia, esa que permitía, con la ayuda de un péndulo, localizar agua, estuviera donde estuviera.
Sus últimos años los pasó en Pedregalejo, donde era conocido por los vecinos como «el señor del agua». Prestó sus servicios a su amigo Manuel Laza Palacios, en la Cueva del Tesoro, de origen marino, y siempre se le veía con el péndulo, igual que el profesor Tornasol.
Lo curioso es que una foto de finales de los 60 aportada por la familia, y que publicó La Opinión hace 14 años, nos muestra a un sonriente don Mauricio, enchaquetado y con el péndulo en la mano, en un rincón de una casa -podría ser la suya- mientras sostiene el péndulo. Está junto a una mesita llena de objetos que parecen piezas antiguas, quizás arqueológicas. Una de ellas es un busto primitivo que recuerda algo al idolillo que aparece en La oreja rota…por supuesto, un tebeo de Tintín.
Curioso y muy amable tu artículo, Alfonso. Gracias.
Ciertamente don Mauricio era un buen radioestesista, sobre todo para localizar zonas huecas bajo tierra. Algunas zonas de la Cueva del Tesoro, que estaban taponadas, se descubrieron gracias a su péndulo. En aquellos años (hablo de los 50) creo que aún no estaban consideradas esas prácticas como lo estuvieron después, cuando se aceptaron entre las «más serias», incluida la parapsicología.
Esto último lo supe en primicias de boca del jesuita padre José María Pilón de Bernabé, otro gran radiestesista, (que también así se puede escribir la palabra), y que también ayudó a mi padre en sus investigaciones. En paz estén todos ellos, don Mauricio, el padre Pilón, y mi propio padre, Manuel Laza Palacio.
Un cordial abrazo, Alfonso, y muchas gracias por haber mencionado a esta persona, para mí, siendo yo un casi niño, muy grata de trato y de conversación siempre interesante.