El frío en absoluto polar de estos días ha transformado a muchos malagueños en auténticos tuaregs de los hielos o esquimales, con tal de sobrevivir a cinco grados de temperatura.
En Encender una hoguera, un cuento de Jack London, el protagonista las pasa canutas para vencer al frío en un entorno implacable, de los que te castañetean los dientes.
El entorno no es sino un rincón de Alaska, uno de los favoritos del escritor norteamericano, y en invierno presenta algo más que una frágil capa de nieve en sus montañas.
Ayer, serían las 8.30 de la mañana cuando por la calle Nueva, el que les escribe vislumbró un bulto envuelto en ropa apoyado junto a una puerta. En un primer momento un servidor pensó en esos montajes artísticos de Christo, el que se empeña en vestir con telas puentes y edificios monumentales. ¿Sería una perfomance del creador búlgaro? Pero si uno se fijaba bien, advertía que del bulto salía un teléfono móvil y que el ente envuelto en lanas tecleaba con sus guantes sobre él, cosa harto difícil con las pantallas de última generación.
Se trataba, qué duda cabe, de un criatura nacida o criada en Málaga capital, porque sólo en esta tierra uno se prepara para combatir temperaturas extremas de cuatro y cinco grados centígrados como si soportara una terrorífica ventisca de nieve, que ríete tú de los personajes de Jack London, Colmillo blanco incluido.
Y lo cierto es que, en estos días, uno ha podido contemplar a malagueños ataviados a modo de tuaregs de los hielos, con ropajes que recordaban a esos moradores de las arenas de la saga de la Guerra de las Galaxias de los que uno sólo intuye los ojos y seguro que en estos días ha aumentado la compra de perros husky siberianos, pues el siguiente paso será comenzar a hacer prácticas con el trineo por la playa de Huelin, no vaya a ser que un día amanezcamos con tres grados de temperatura y el Guadalmedina se transforme en la versión malaguita del río Yukón.
Con el frío nos sucede a los malagueños igual que con la lluvia: acostumbrados como estamos a que las estaciones nos acaricien la cara y nos bronceen, cualquier contratiempo, valga la redundancia, hace que salten las alarmas y que la ciudad se movilice como si fuera la última jornada sobre la Tierra.
Si hace frío, pero un frío normalito, de andar por casa, pongamos cinco grados, nos ataviamos como si fuéramos a unirnos a la expedición de Admunsen, mientras que si llueve, las caravanas de coches y la espantada generalizada de los peatones evoca el ensayo de un accidente nuclear.
Yo no sé cómo los estudios de Hollywood no toman nota de nuestra manera de reaccionar ante el frío y la lluvia para rodar en nuestra ciudad, de la mano de la Málaga Film Office, películas de catástrofes, de zombies o de invasiones de marcianos.
Imagínense a Brad Pitt, encima de un capó en la Alameda Principal, rodeado de un caos de coches, paraguas y malaguitas disfrazados de esquimales. El éxito en la taquilla estaría asegurado.