Enrique Lozano, el líder de Los Iberos y su mujer, Carmen Lozano, fallecidos recientemente, formaban una conjuntada pareja de creadores. Él, músico inolvidable y ella, estupenda escritora.
Iba a escribir una necrológica u obituario en recuerdo de Enrique Lozano, el cantante de Los Iberos, a quien perdimos en el arranque del año y también en memoria de su mujer, Carmen Donate, fallecida un año antes, pero obituario suena a prontuario -también a estuario, todo hay que decirlo- y resulta que este matrimonio era una pareja de lectores muy agradecida de esta sección, además de vecinos reivindicativos de la Trinidad, descontentos por la dejadez en la que se encontraba el barrio, así que estaban muy en contacto con este periodista.
Por este motivo, quisiera recordarles aquí y para rescatar recuerdos tan gratos, habría que comenzar por su casa, llena de luz, discos y libros, próxima a la plaza de Bailén, resumen vital de dos almas inquietas y creativas que sabían adobar con ironía y sonrisas su forma de ver el mundo.
No eran sólo una pareja sino también una pareja artística, pues Carmen había desgranado en dos volúmenes la vida de Enrique. Un valioso documento porque, además de mostrarnos su evolución artística, que le llevó a él y a su grupo a convertirse en uno de los más famosos de España, gracias a la televisión (el famoso programa Escala en hi-fi), la biografía de Enrique Lozano es un retrato inolvidable de los inicios de la Costa del Sol, sobre todo del mundillo hotelero, hostelero y nocturno de Torremolinos en los años 60, por el que se movía este niño de la posguerra del Perchel, cargado de energía e ilusión, que un buen día, cuando tenía 17 años, allá por 1957, recibió de Inglaterra un auténtico tesoro: una guitarra eléctrica Gibson, posiblemente la primera que se vio en toda Málaga.
Carmen Donate era la principal valedora del papel jugado en la música española por Enrique y Los Iberos, por eso disfrutó tanto con el merecidísimo homenaje tributado a la formación en el Cervantes en el año 2011. Enrique estuvo emocionado e ilusionado por este reconocimiento, auspiciado por el generoso e incansable Javier Ojeda de Danza Invisible. El homenaje le hizo rejuvenecer y durante este precioso tributo, recibió una réplica de esa primera Gibson de su adolescencia.
Para conocer a Enrique, su ilusión por la vida y la música, los dos libros escritos por su mujer, A la búsqueda de una identidad y El azul ya no es azul, son inmejorables, pero quien no los pueda conseguir le recomiendo que se haga con el único LP que sacaron Los Iberos, con ese mismo título. Grabado en un estudio de Londres, es sencillamente perfecto, una joya musical española de los años 60. De los mejores de la década.
Y eso es lo bueno de los artistas, también de ese matrimonio de creadores: además del recuerdo nos quedan sus palabras impresas y su música: Summertime girl, Las tres de la noche, Corto y ancho…
Descansen en paz los queridos Carmen y Enrique.
Gracias por recordar a este par de entrañables amigos.
Solo una cosa, la guitarra eléctrica primera que tuvo Enrique la recibió no en 1957 sino en Septiembre de 1959, dos meses después su primer amplificador, y fue de Estados Unidos, no de Inglaterra, pero esto no empaña NADA, el bellísimo artículo que les has dedicado. Un abrazo de alguien que los quería de corazón.