Sin desmerecer a la Alameda Principal pero sin el tormento de tener que soportar el tráfico, la plaza del Ejido nos ofrece un entramado inolvidable de grandes ficus.
Ayer hablábamos del hallazgo de un supuesto homenaje a los templos camboyanos del complejo de Angkor Wat nada menos que en El Ejido, en un extremo de la remodelada plaza de la Paula.
La profusa vegetación que está creciendo en este solar abierto, sin eso tan cursi que le encanta escribir al Ayuntamiento en sus notas, un «muro perimetral», será sin duda una próxima invitación a la caza de gamusinos, pues animal tan legendario seguro que se encuentra ya entre la espesura o está al caer.
Una vegetación mucho más ordenada, alejada de los esquemas mentales de Frank de la Jungla, la encontramos justo arriba, ya en terrenos universitarios.
Y al paseante le espera una gratísima sorpresa porque, como es de recibo, en Málaga se ha ensalzado, de forma merecida pero ya un poco cansina, la Alameda Principal y su «bóveda arbórea»(gran tópico de las retransmisiones de Semana Santa). Y está bien, pero lo cierto es que desde su apertura al tráfico en los años 20 del siglo pasado, la Alameda la hemos disfrutado poco, y nos parecen antediluvianas y hasta marcianas las fotos en blanco y negro de los malagueños con gorra y pantalón corto plantados con las manos en los bolsillos en mitad de este paseo, sin temor a ser arrollados por un coche de tiempos de Harold Lloyd porque ni siquiera esos tiempos habían llegado.
Hasta que veamos en qué queda la esperada reforma de la Alameda, con la ampliación de las aceras hasta esos maravillosos 10 metros de anchura que nos anuncian, podemos disfrutar de ficus de gran porte –sin el espantoso ruido y la presencia de coches, autobuses y motos– en la plaza del Ejido.
Allí nos espera una plaza que pasa demasiado desapercibida para el malagueño de a pie, salvo para quienes hincan los codos, quizás porque está en terreno universitario y en un lugar al que hay que llegar con un pequeño esfuerzo. Pero es una experiencia única alzar la vista y ver ese cielo enramado y verde, esas nervaduras de la Naturaleza… la «bóveda arbórea», vamos.
La plaza suele ser el escenario de exposiciones al aire libre de los estudiantes de Bellas Artes y es entrar en ella y sentirse en otro lugar, arropado por estos preciosos ejemplares. Al norte, entre la vegetación, asoman las ráfagas de colores del teatro Cánovas y al sur, los ficus impiden que el espectador se tope con uno de los atentados urbanísticos más soberbios de nuestra ciudad, un bloque blanco con una ciclópea pared medianera que parece decir al mundo: Sí, llego a la altura que me da la gana, esto es Málaga.
La arquitectura basura al poder. La única pega de la plaza es el ficus central, que no es microcarpa, como el resto, sino, parece, macrophylla, y da la impresión de estar acomplejado por sus hermanos mayores, que no le han dejan espacio vital suficiente para tocar los cielos. No todo iba a ser perfecto pero merece la pena la incursión.