En un extremo de la plaza de la Paula, un solar sin muros exhibe los restos de una construcción o puede que un desmonte tomado por la Naturaleza.
Rambo, Desaparecido en combate y otras joyas ocultas del séptimo arte han ofrecido al mundo una imagen bastante lamentable de Vietnam y sus alrededores, incluida Camboya, que no son grandes extensiones de arrozales en los que sembrar napalm.
Este último país cuenta en su bandera con la silueta del templo de Angkor Wat, que es El Escorial de los camboyanos, en realidad un complejo de templos, uno de los cuales inspiró a Walt Disney el templo cuajado de monos irascibles de la película El libro de la selva. El templo principal del complejo, el que lleva el nombre de Angkor Wat, parece realmente una superproducción de Hollywood porque fue construido con la ayuda de la mitad de la Málaga actual: 300.000 obreros, aparte de 6.000 elefantes, las grúas de la época.
Como recordarán por las aventuras de Mogwly y el oso que anuncia el plátano de Canarias, en el templo con monos no se sabe muy bien dónde empieza el recinto sagrado y dónde la selva. Los árboles han formado con la piedra una fusión perfecta.
A un nivel mucho más modesto, la conjunción entre vegetación compacta y restos de construcción, como humilde evocación del templo camboyano, la encontramos en El Ejido, que pese a los años transcurridos, se resiste a abandonar su pasado de zona de extracción de arcilla para los tejares.
Podemos ver este curioso fenómeno en un extremo de la plaza de la Paula, que el Ayuntamiento remodeló con acierto hace pocos años, para que dejara de ser un deprimente erial. Además, al pie tenemos la suave loma ajardinada que conecta las calle dedicada a Diego de Siloé con la del padre Mondejar, ya en las inmediaciones de la Universidad de Málaga.
Y así, contrasta la ordenación de la plaza de la Paula con sus parterres bien delimitados –aunque a ras de suelo– y el espacio para los juegos infantiles –con un guiso que quién sabe si alguien lo ha hollado o sus potenciales usuarios optaron por el Candy crush– con la vegetación digna de Indochina que asoma al fondo y que literalmente se sube por las paredes de un edificio colindante.
Los vecinos de este bloque, por cierto, no deben de estar muy felices con la posibilidad de que alguien trepe por esos andurriales para sisar lo que pueda.
Lo curioso es que este solar, con dos alturas, y lo que parecen los restos de una construcción camuflada por los arbustos o quizás las migajas de algún desmonte olvidado, es un solar sin muros, en el que la Naturaleza se ha hecho fuerte, al igual que algunos cabestros que lo utilizan de basurero, de ahí que haya un número inusitado de envases de plástico.
Es nuestro peculiar homenaje a El libro de la selva, una obra artística en El Ejido cuyo contemplación nos hace añorar, enormemente, el templo original, allá por Camboya. Será porque por allí, pese a lo que diga Rambo, escasea la mugre.