El gusto ancestral por las cuevas, también en el XXI

10 Ene

La querencia por la cueva prehistórica permanece en nuestros días. Quien lo dude, que se dé una vuelta por el túnel de la Alcazaba, atiborrado de pintadas.

Las cuevas prehistóricas fueron los primeros cubículos de la Humanidad con calefacción central, aunque si no tenían un buen sistema de ventilación, las humaredas que podían causar las fogatas habrían podido extinguir a los dinosaurios sin necesidad de meteorito alguno.

Las veleidades pictóricas de nuestros ancestros nos demuestran que casi todo está inventado, incluidas muchas pinturas de Tapies y Barceló, que suelen redundar en unas expresiones artísticas de vanguardia con miles de años de antigüedad.

En todo caso, los homínidos de nuestros días siguen buscando lugares que evoquen esa gran casa de piedra de la noche de los tiempos para ejercitarse como artistas o, en la mayoría de los casos, como meros escribientes en paredes públicas, pues el arte hace tiempo que escapó de sus manos.

Sin duda, uno de los espacios predilectos del grafitero es el túnel de la Alcazaba, que aunque suele limpiarse con frecuencia, lleva unos meses criando pintadas.

Lo cierto es que en los primeros años de funcionamiento del túnel, esta moderna cueva de la época de Celia Villalobos acogió en su seno algunas de las pinturas más majaronas de la ciudad, reflejo de un submundo nada atractivo (dos perlas de entonces: «Cristóbal, el culo atleta» y «María, la pestosa puerca»).

En nuestros días, como el mundo se ha vuelto más parco y tuitero, este tipo de reflexiones cáusticas son minoría y los grafiteros optan por dejar, simplemente, su firma de trabajo.

En este comienzo de 2017, el túnel luce pintadas de gran tamaño. Sobre todo abundan, cosa curiosa, en el lado que comunica con el aparcamiento de la Alcazaba, donde encontramos, por ejemplo, a una tal Killa, que ha perpetrado varias pintadas en el túnel, una de ellas, bastante alejada de las novelas de Corín Tellado, en la que el nombre está acompañado por un cuchillo y una calavera. También hay un «Horrorifligido», una pintada en chino, una tal Mala y en suma, lecciones nada limpias de egolatría cutre.

Político pertinaz

Nuestro alcalde ha vuelto a añorar esta semana el Museo Arqueológico en el Convento de la Trinidad. Habrá que recordarle, una vez más, la reflexión del arqueólogo y exdirector del Museo de Málaga, el desaparecido Rafael Puertas, que se preguntaba con su ironía característica cómo demonios llenar el enorme convento con piezas arqueológicas notables y atractivas, puesto que Málaga no era Atenas ni acogería el Arqueológico Nacional. «¿Qué ponemos en la última planta, mil trozos de cerámica nazarí?», se preguntaba.

Rafael era quizás el máximo experto en la materia y sus reflexiones solían ser meditadas y alejadas de las pugnas políticas. Por eso, siempre prefirió un único Museo de Málaga en la Aduana con lo mejor de las dos secciones: Bellas Artes y Arqueología. Dio en el clavo.

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