La chapucera actuación municipal de los 90 ha dejado el monumento a Manuel Domingo Larios para el arrastre. Hora es de arreglar de una vez el entuerto.
Hace casi dos años, en la víspera de Reyes de 2015, el firmante recogió en un amplio reportaje la llamada de auxilio de la Fundación Mariano Benlliure, con la bisnieta del escultor, Lucrecia Enseñat, al frente, que alertó del espantoso estado de conservación del monumento a don Manuel Domingo Larios, el segundo marqués de la saga.
La metafórica llegada de Pepe Gotera y Otilio a la gestión municipal provocó que junto a la obra escultórica de Mariano Benlliure se colocara la salida de humos del aparcamiento de la plaza de la Marina, un gesto de sensibilidad cultural que sin duda provocó que subiera enteros la candidatura de Málaga 2016, al menos en lo que a contaminación se refiere.
Pero nuestros metafóricos Pepe Gotera y Otilio, lejos de limitarse a esta chapuza, colocaron delante del monumento lo que la Fundación Mariano Benlliure calificó con mucho tino de «terrible esperpento de hormigón». Ese parachoques hortera que desde los años 90 luce el creador de la calle más importante de Málaga.
Con las obras del aparcamiento y este remate de hormigón, la obra perdió los tres escalones que tenía a sus pies y con ello, más el escudo defensivo, se fueron a la porra la proporcionalidad y la perspectiva.
Por este motivo, la fundación proponía desplazar la obra un poco, para alejarla del cutrerío del parking.
Las obras de remodelación de la Alameda Principal pueden ser la ocasión para devolver la dignidad a uno de los monumentos más famosos de Málaga. Este diario dio a conocer ayer que el Ayuntamiento estudia quitar la rotonda del aristócrata y acercar más el monumento a su calle, la del Marqués de Larios, al colocarla en la nueva zona peatonal de la Alameda.
Parece una idea estupenda y además, se podría aprovechar para que don Manuel Domingo Larios mirase por fin a su calle, pues tiene que estar hasta la coronilla de observar el crecimiento de los ficus de la Alameda, algo que desde el punto de vista del motivo por el que la obra se erigió no tiene sentido.
Con el desplazamiento, la obra, se supone, tendría que recuperar los tres escalones perdidos, despedirse para siempre del parapeto de hormigón y, por supuesto, sería la ocasión ideal para restaurarla a fondo.
Hay que recordar que la alegoría del Trabajo tiene una gran fisura en el brazo derecho y que al niño que, en teoría, está siendo aupado por la madre para entregar una corona de laurel al marqués, le falta la mano izquierda y el brazo derecho.
La cabeza del marqués, por cierto, tuvo que ser soldada por el propio Benlliure porque perdió la cabeza cuando fue lanzado a aguas del puerto en 1931. El conjunto no ha vuelto a restaurarse y, además, le faltan varias piezas ornamentales que se podrían incorporar.
La situación actual del monumento es bochornosa salvo para la simpar pareja creada por Francisco Ibáñez. Y no hablamos de Mortadelo y Filemón.
¡Con cuánta razón pedía don Pío Baroja, a través de una de sus obras, que en modo alguno quería que pusieran en lugar alguno una estatua suya! No quería sobre sí ni cagadas de palomas ni otras «cagadas» más o menos consistoriales.
Actualizando su título habría que decir: “Manos a la obra”. Pero es más antiguo que Pepe Gotera y Otilio lo que dijo Ruskin: “Son más peligrosos los restauradores que los vándalos”. Por lo tanto, no sea usted tan optimista.