Además del que da la bienvenida en el Rectorado, al pie de la escalinata de acceso a la parte más alta del MUPAM suele velar sus armas un pertinaz charquito.
Como algunos lectores sabrán, hace unos días volvimos a abordar un misterio geológico –del tipo de algunas novelas de Juan Benet– o quizás se trate de un asunto de fontanería, pero la cuestión es que a los pies del Rectorado aparece y desaparece un charquito ignoto.
Básicamente va a su ritmo, así que puede surgir en mitad de una sequía y no hacer acto de presencia después de una tromba de agua. Tan inusitado comportamiento reta a quienes, con las mejores intenciones, quieren que Málaga sea una ciudad tecnológicamente inteligente aunque en todo lo relativo al agua, sobre todo en la obsesión por limitarse a maquillar el cauce del Guadalmedina, se aprecie falta institucional de luces.
Ahora, un amable lector nos comunica la existencia de otro charco pertinaz, de los que no se rinden a las evidencias climáticas (los políticos dirían «climatológicas» porque es más largo).
Se encuentra al pie de la escalera más pronunciada que da acceso a La Coracha, la que comunica con la altiva sala de exposiciones del Museo del Patrimonio Municipal.
La conversión de la Coracha en una sucesión de muros y rampas con plantas trepadoras ha hecho que la zona sea una de las menos transitadas de Málaga, pese a su situación céntrica. Pero además, como señala este amable lector, la presencia de este charquito tantos días al año es un motivo más para disuadir al distinguido público de que visite la exposición de turno en el MUPAM, que suele ser bastante aprovechable.
El charco en cuestión sólo desaparece cuando el sol lo seca, así que no es absorbido por ningún conducto pluvial y permanece obstaculizando el acceso a la escalinata lo que sea menester.
Ayer por la mañana se pasó por la zona el firmante y aunque el charquito había hecho mutis por el foro, todavía podía verse la mancha renegrida en la acera, prueba de que no es un agua circunstancial sino que ha venido para quedarse.
Un nuevo misterio acuático. Pero en esta vida tan reglamentada y tecnificada, no viene mal un poco de intriga. Aunque moje.
Barrio tributario
A primera vista, sorprende que en Campanillas nuestro callejero cuente con una calle dedicada al Monopolio. Con la cantidad de próceres y nombres de flores que faltan en el callejero, dedicar una calle al Monopolio es tan poético como ponerle una vía al cemento armado.
Luego, pateando esta zona junto al Carril de Segovia, el paseante descubrirá que las calles colindantes están dedicadas a las Alcabalas, Tercias, el Montazgo, las Aduanas, incluso al Almojarifazgo (tan difícil de pronunciar como una frase en holandés). En resumen, diferentes concesiones estatales y tipos de tributos de siglos pasados.
Si algún día el ministro Montoro busca un casa de veraneo en Málaga, ya sabemos dónde se sentirá más a gusto.
Ese tipo de misterio va camino de convertirse en una epidemia tipo «hombres loros» que flotan en aguas casi limítrofes entre soberanías distintas. En Cueva del Tesoro hay unas intermitentes filtraciones de agua que bajan por las escaleras de acceso y, para gozo supremo de vendedores de lavadoras, te llenan los pantalones de salpicaduras color barro rojo. Un poco más, y podremos ofertar al visitante el alquiler por horas de monos de pescadores en charcas perennes, como la laguna de Fuentepiedra.