La gota malaya en el paseo de Don Juan Temboury

8 Nov

A pocas semanas de la inauguración de Museo de la Aduana, la vecina verja oxidada, peligrosa y ondulante sigue olvidada por nuestras autoridades.

Como alguna vez hemos recordado, el entrenador de fútbol y lexicógrafo, Luis Aragonés, fue el inventor de la expresión «hacer la peineta», que hasta esta aportación a la lengua española se decía en realidad «hacer la peseta».

Para hacer la peineta de forma correcta, eso sí, habría que poner en posición de firmes tres dedos en lugar del solitario dedo corazón de quienes se limitan a hacer la peseta. La mayoría de periodistas deportivos, sin embargo, ha abrazado la invención y desterrado la moneda. Una pena.

Por su parte al expresidente del Gobierno y también lexicógrafo, Felipe González, se le atribuye la expresión «gota malaya», que funde dos torturas seculares: por un lado la gota china y por otra la bota (con b) malaya, que al parecer era un calzado que apretaba lo indecible el pie de la víctima.

Pues bien, si por algo se caracteriza esta sección es por ser una gota china, bota malaya o gota malaya en lo referente al paseo de Don Juan Temboury, que sigue siendo un chino en el zapato de la imagen de Málaga. Se ve que nuestros cargos públicos prefieren tomar el ascensor de la Alcazaba en lugar de subir la cuestecita dedicada al salvador de la fortaleza; de haber subido a patita habrían experimentado la súbita pigmentación roja de la cara y las orejas, además de un rápido aumento de la temperatura facial. En resumen, que habrían enrojecido de vergüenza al comprobar el patético estado de la verja del paseo.

A pocas semanas de la inauguración del Museo de la Aduana, la verja vecina del magno museo, visible desde la Travesía del Pintor Nogales, continúa en el mismo estado que si la hubiera desenterrado Indiana Jones en un templo maya después de siglos.

Las sucesivas escuelas taller realizadas en esta ciudad obviaron la maltrecha verja, utilizada a diario por turistas y visitantes que, confiemos, no se asomarán demasiado al barranco que se abre bajo sus pies, con vistas a la calle Guillén Sotelo, en la que se encuentra la parte trasera del Ayuntamiento de Málaga, en cuyo interior demasiados concejales, además de nuestro alcalde, se hacen los suecos .

El pasotismo está tan extendido que un servidor se ofrece para un corto paseo con nuestros representantes públicos (los que hagan falta, y de otras administraciones si quieren) para que comprueben el grado de oxidación de la verja, la peligrosa ondulación del hierro, las puntas de las lanzas rotas, los huecos que se abren en este acantilado urbano… Y como contraste al cutrerío, la flamante nueva Aduana con su tejado galáctico.

La política, que es la gestión de los dineros ajenos, suele conllevar el olvido de detalles obvios que pasan desapercibidos a aquellos que los tienen delante de las narices.

Lo dicho, un paseo de cinco minutos del pleno municipal por este lugar tan próximo al salón de plenos seguro que descubría a más de uno un problema salvable a más no poder.

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