El ente freático como objeto de exportación

1 Nov

Málaga debe contraatacar y frente a la importación americana de las despedidas de soltero y la noche de Halloween, responder con el charquito del Rectorado.

Hoy comienza un mes crucial para nuestro planeta, porque existe la posibilidad de que el país más poderoso del mundo sea gobernado por la versión trasatlántica de Jesús Gil, a quien ya disfrutaron los marbellíes durante unos años inolvidables para la ciudad y sus cuentas públicas.

Por este motivo, y dada la seriedad del momento, resulta totalmente trivial que una generación de malagueños obvie el recuerdo de sus seres queridos y haya optado por disfrazarse de payaso diabólico, enfermera sangrienta o muerto viviente bastante desmejorado. El cine norteamericano de los últimos treinta años nos ha traído la moda de las despedidas de soltero y la fiesta de Halloween, tan afines a España como la policía montada del Canadá, pero son dos costumbres más que asentadas ya y no hay quien las destierre.

El caso es que nuestro país, para devolver la afrenta, introdujo en Norteamérica la canción Macarena. Frente a los gorros coronados por falos de plástico y a los adolescentes con la cara pintada de canina, contraatacamos con Los del Río y en Nueva York todavía se lamen las heridas.

Pero hay que insistir en que Trump, que tiene algo de muerto viviente porque nos trae una manera de pensar que estuvo de moda en el Paleolítico Inferior, puede presidir Estados Unidos y eso sí que es terrorífico. Con Vladimir Putin en Rusia y Donald Trump en la Casa Blanca incluso una invasión extraterrestre sería algo secundario para el planeta Tierra.

De cualquier forma, para continuar con este intercambio cultural de memeces entre los dos lados del charco, Málaga podría contribuir con una leyenda urbana que extendería el insomnio desde Florida a los Grandes Lagos.

Obnubilados como están nuestros políticos con el deseo de ser la ciudad más tecnológicamente inteligente del sur de España y parte del extranjero, no se enfrentan a las desconocidas fuerzas telúricas que hacen perdurar siglo tras siglo el charquito milenario del Rectorado, el antiguo edificio de Correos.

Como muchos sabrán por esta sección, el charco de agua aparece día sí y día también en el exterior del edificio, incluso en el día más caluroso de agosto, y los avances más grandes de la técnica todavía no han metido mano a la misteriosa extensión de agua, metafórica reaparición cíclica de la Málaga asomada al antiguo muelle que fue enterrada con el nacimiento del Parque.

Para acrecentar la leyenda, hace unos días el charco apareció acompañado por una caja de cartón para pizzas, abierto de par en par, como si al ente freático que asoma sus fauces bajo el edificio universitario le hubiera apetecido, en mitad de la noche, una pizza familiar tropical con piñas y palmitos.

Extendamos este terrorífico mito malagueño por la tierra que hollan el badulaque de Trump, las insulsas calabazas, los zombies que ya no asustan ni a un caniche y las brujas. Con suerte, saldrán que se las pelan.

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