En un cerro entre la avenida de Valle-Inclán y la calle Máximo Gorki, derribos colosales invitan a revivir un santuario y observatorio de la Prehistoria.
En una novela de la escritora angloirlandesa Iris Murdoch, Mensaje al planeta, un grupo de personas se ve atraída por la vecindad de un santuario prehistórico y termina cayendo bajo su influjo. En las novelas de Murdoch, seres normales terminan realizando los actos más irracionales e impensables –y no es ninguna indirecta a la crisis del PSOE–. Todo puede ocurrir en ellas –y no es ninguna indirecta a comité federal alguno–.
Todas estas reflexiones tenía el alopécico autor de estas líneas mientras deambulaba por las cercanías de la plaza de Pedro Gómez Sancho, muy cerca de la cuesta que conduce al Asilo de los Ángeles.
El área de Parques y Jardines acabó el año pasado con el problema crónico de la plaza, con un jardín hecho unos zorros, después de que se ajardinara en 2008. Al final el Ayuntamiento decidió cambiar el diseño y ahora, cantos, aloes y eucaliptos conforman la mayoría de esta pequeña zona verde, mucho más cerca de un pedregal que de un jardín, aunque sea japonés, pero por lo menos no está sucio y descuidado como en años anteriores.
Y justo al lado de esta plaza, un cerro colindante con la avenida de Valle-Inclán prolonga su deprimente perfil hasta descender suavemente y transformarse en terrizo-aparcamiento junto a la avenida de Simón Bolívar. Deprimente porque se trata de un cerro pelado, salvo por la anecdótica presencia de unos cipreses que si tuvieran voz y voto, pedirían el urgente traslado a un lugar menos decrépito.
Uno asciende por este cerro, en el que no se le ha perdido nada y localiza detritus de la civilización, mayormente ropa y colchones bajo los arbustos, huella evidente de que alguien ha pasado aquí el verano y lo más seguro que contra su voluntad.
Pero lo más llamativo es la cantidad de gigantescas piedras que posan retadoras frente al paseante. Se trata de restos de construcciones machacadas, un manojo de cemento, ladrillos y hierros que se cayeron con todo el equipo o fueron demolidas pero luego nadie se preocupó de retirar los restos en el camión de rigor.
Las piedras se perfilan en el cielo que monta guardia sobre la calle Máximo Gorki pero también miran de reojo los grandes bloques de La Palma, que tienen a su izquierda.
Y a uno le preocupa tanta roca enhiesta, en realidad la pared de alguna construcción hecha papilla, porque este es el sitio ideal para revivir ritos olvidados desde el Pleistoceno. No es por alarmar pero con un lugar secularmente sagrado como el Asilo de los Ángeles tan cerca de este emplazamiento, cualquier día nos topamos con sujetos con túnicas y flores en el pelo, como en la novela de Iris Murdoch, mientras adoran a unas entidades a las que les ruegan una buena caza del mamut y de paso, observan las estrellas.
Servidor no ignora que es una versión chunguísima de Stonehenge pero tras el boom español de la construcción… alguien puede reconvertir las sobras.