El libro Los Escudos de Málaga, su heráldica y genealogía, un trabajo de diez años de Antonio Lara, llena de vida siglos olvidados de nuestra historia.
Por alguna razón que quizás tenga que ver con las ganas de ver despuntar nuestra ciudad en la Historia, muchos malagueños pasan mentalmente de la conquista de Málaga por los Reyes Católicos a los años finales del siglo XVIII, cuando la apertura del comercio con América provocó la llegada de los guiris y los riojanos (los comerciantes extranjeros y los nacionales de la tierra de Cameros), origen de la pujanza industrial y comercial de Málaga.
Entre medias se nos quedan tres siglos que las transformaciones urbanísticas del XIX, por las desamortizaciones y la apertura de nuevas vías, relegaron a un segundo plano.
Pregunte a un malagueño por el Siglo de Oro o por el de las Luces, antes de la apertura comercial con América y probablemente le dé la callada por respuesta o, a lo sumo, le hable de calle Nueva y de la plaza de las Cuatro Calles, con sus corridas de toros y juegos de cañas.
El pasado miércoles, el autor de estas líneas tuvo el privilegio de presentar un libro que ha llenado de vida, familias y nombres propios esos siglos que entre nosotros suelen pasar de puntillas. Se titula Los Escudos de Málaga, su heráldica y genealogía y tiene detrás el esfuerzo de una década de trabajo del investigador malagueño Antonio Lara Villodres, autor de obras tan interesantes como la biografía de Antonio Campos Garín, primer marqués de Iznate, el famoso dueño de las picassianas Casas de Campos.
Ha editado la obra ediciones del Genal, con el precioso diseño de Nuria Ogalla, aunque es una pena que nuestras administraciones no hayan mostrado la sensibilidad suficiente como para hacerse cargo de un libro único, porque llena un vacío de la Historia de Málaga tan poco tratado como sus escudos.
Pero no se trata de un tratado de heráldica al uso, sino que los blasones se convierten en la ocasión para devolver a la vida tantos nombres del pasado olvidados por la llegada de los Larios, Loring, Heredia y compañía, aunque estas familias también dejaran sus escudos en piedra.
De esas historias recuperadas gracias a este libro tenemos el caso de la familia flamenca de los Sweerts, establecidos en Málaga en el siglo XVII y cuyo escudo se encuentra en la iglesia de San Agustín. Como se trataba de un apellido tan complicado de pronunciar por estos lares, los malagueños lo transformaron en Suárez. El Camino de Suárez y la Granja de Suárez eran en realidad el camino y la granja de los Sweerts. Y qué decir de la familia zamorana de los García Carranque, también del XVII, con escudo en los Mártires y que hoy dan nombre a un precioso barrio y a un polideportivo.
Otra pincelada, el actual escudo dieciochesco de los Gálvez en el palacio de Solesio, empleado de esta familia y que fue colocado en los años 40 del siglo pasado, procedente de Macharaviaya. Historias en piedra que se prolongaron hasta el siglo XIX y que nos hablan de honra, honor y limpieza de sangre. Felicidades.