Con motivo del medio siglo del Ateneo de Málaga, Pepe Ponce aporta su visión de artista de la cámara a medio centenar de personas relacionadas con la institución.
Parece que la escena de la manzana que al caer golpeó la cabeza y la conciencia de Isaac Newton fue una leyenda, y que el científico inglés se limitó a contemplar en el jardín familiar la caída del fruto sin que este le rozara la peluca.
La simbólica manzana de Pepe Ponce, y esta sí que dio en la diana, fue un agujerito en el postigo de su ventana, en Álora. Un domingo, la óptica y la luz hicieron el milagro de proyectar de forma invertida en la pared de su cuarto el paseo de un grupo de perotes a misa. El joven Pepe había descubierto la cámara oscura y con ella, su amor por la fotografía, que mantiene hasta hoy.
Como muchos saben, los actos son relevantes en Málaga si Pepe Ponce está ahí para fotografiarlos. Este maestro jubilado de educación especial, que va por la vida portando la cámara y la sonrisa, lleva siendo la memoria visual de Málaga casi los mismos años que los que cumple nuestro Ateneo, 50.
Por este aniversario y como Pepe es el incansable vocal de Fotografía del Ateneo de Málaga, hace unos días inauguró en la soberbia sede de la calle Compañía la exposición 50 imágenes por la cultura en libertad, una lección de fotografía artística que habría fascinado a Man Ray, el pionero del surrealismo fotográfico, porque Pepe ha invitado a medio centenar de personas relacionadas con el Ateneo de Málaga a posar para él con algunos objetos relacionados con ellos.
A partir de ahí, las ha convertido en 50 obras de arte y todas, cuenta, con un detalle secreto que, a simple vista, puede escapársele al espectador que no esté atento a estos guiños de autor.
Por ejemplo, ese contraste tan fabuloso entre el perfil del fotógrafo y diseñador Diego Santos y el perfil griego de una estatua que, si nos fijamos bien, tiene los ojos del artista malagueño. Y en la fotografía que inmortaliza al académico de San Telmo y director de la Fundación Picasso, José María Luna, barquitos de papel amarillo surcan los cielos, pero también se observa un huevo de colores desafiando la ley de la gravedad de Newton y la sombra del cohete que llevó a Tintín a la luna.
Eugenio Chicano, por su parte, sostiene en imposible equilibrio dos lápices mientras su perfil se refleja en un rincón imposible de la ventana y Juan Antonio Lacomba, uno de los pilares del primer Ateneo, contempla cómo su propio perfil realiza arabescos que le hacen dar vueltas mortales hasta asemejarse a una voluta de humo.
Muchas horas de trabajo y la gran imaginación y ojo de artista de Pepe Ponce para un trabajo único, que puede verse estos días en el Ateneo.
A los espectadores no se les escapará, seguro, un último detalle: todas las fotografías están realizadas en rincones del Ateneo, también aquellos poco presentables como el aula Picasso. Es la forma que tiene Pepe Ponce, siempre sensible al Patrimonio de Málaga, para pedir una restauración urgente de este y otros espacios de este Ateneo del medio siglo. Felicidades de corazón.