Una mañana de ‘western’ en el Puerto de la Torre

13 Oct

El parque de Andrés Jiménez, en el Puerto de la Torre, está a la espera de mejoras mientras exhibe sus hechuras de secarral azotado por los vientos.

Azotado por los vientos y con un par de secarrales por montera, podríamos estar muy bien ante un paisaje de Nuevo México o de Arizona si no fuera porque se encuentra rodeado de casitas blancas, la mayoría de autoconstrucción, y porque a lo lejos puede verse la torre del Atabal; un monumento y símbolo del Puerto de la Torre convertido en un aljibe moderno por unas controvertidas obras de restauración.

Lo poco bueno que puede decirse de las obras es que, afortunadamente, se limitaron a la torre y no se atrevieron, por ejemplo, con el centenario y casi desconocido barrio de soldados de la Alcazaba, pues hoy nos evocaría un rincón del centro comercial Plaza Mayor.

Estamos en lo alto del parque dedicado al querido verdialero y vecino del barrio, ya fallecido, Andrés Jiménez, un parque en busca de sí mismo porque los vecinos piden muchas mejoras al Ayuntamiento, como pérgolas que aminoren el solano y cualquier tipo de equipamiento que no haga pensar al paseante que está en una árida película del Oeste, así que pronto pasará delante de sus narices uno de esas plantas rodantes que aparecen antes de todos los duelos de vaqueros.

En la subida del pasado martes del firmante, un grupo de vecinos había colocado varias sillas en la meseta principal, para al menos contar con un descanso para sus espaldas y riñones, pues el parque, por ahora, cuenta con bancos recios, de esos que sólo sirven para apoyarse para atarse los zapatos.

A un tiro de piedra se encuentra el auditorio de los verdiales, con su tradicional suelo en el que el sol hace brillar miles de fragmentos de vidrio, provocados por los cebollones del respetable, que no suele acudir a escuchar verdiales sino a practicar la cogorza en grupo. El martes, varias botellas en las gradas daban buena cuenta del último ritual alcohólico.

Y cuenta la zona verde, en la parte baja de este cerro, con dos parques infantiles. Como ya dio cuenta esta sección hace tiempo, uno de ellos se encuentra en el sitio incorrecto, en mitad de una torrentera, así que cada vez que caen cuatro gotas el parque acumula más barro que el de la película Lo imposible. No es, por tanto, de los más frecuentados, pues los niños vuelven a casa emborrizados.

En el momento de hacer la visita, gruesas capas de barro adobaban el parque infantil. Si hoy está previsto que llueva y quieren llevarles a este parque en cuestión, saquen a los niños a jugar el jueves con alguna armadura medieval que tengan por casa.

El Consistorio tiene ganas de cambiar la situación de este parque inaugurado en 2011. Ya hay una importante labor repobladora pero quedan los equipamientos básicos para que se convierta en el gran parque del Puerto de la Torre. De momento, es un rincón para silvar las composiciones de Ennio Morricone mientras el paseante se cree el bueno, el feo o el malo. En el parque hay donde elegir.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.