El jueves presentó sus memorias familiares el exdiputado popular Sergio Gómez-Alba, que incluyen una anécdota digna de un guión de Rafael Azcona.
Como algunos sabrán por la película Delitos y faltas de Woody Allen, la comedia puede definirse como la suma de tragedia y tiempo y así, un suceso luctuoso, con el paso de los años o las décadas, puede convertirse en una anécdota humorística, pues o bien el dolor ha desaparecido o bien lo han hecho sus protagonistas directos y su entorno.
Es el caso de un suceso incluido en las páginas de El río que nos trajo, de la editorial Sekotia, el libro de memorias familiares que el pasado jueves presentó en el Real Club Mediterráneo el exdiputado popular por Barcelona Sergio Gómez-Alba, un político ya retirado que, felizmente, está vivo para contarlo porque en su día detuvieron a un comando etarra que planeaba acabar con su vida en presencia de sus hijas.
Seguro que el paso del tiempo también convertirá este suceso, con ceporros identitarios de por medio, en una anécdota pero mientras tanto, en su libro se recoge una historia que Rafael Azcona podría haber incorporado a uno de sus guiones, porque es un fantástico ejemplo de humor negro, negrísimo.
El protagonista fue el doctor Morejón, condiscípulo del bisabuelo del exdiputado que, al parecer, era un apasionado de las ostras, pasión que compartía toda la familia, hasta el punto de que su niño, de 8 años, cuando llegaba la temporada de ostras comenzaba todas las comidas con una docenita.
Pero aquí entra de lleno la tragedia: el niño muere por una ostra en mal estado y al poco tiempo, la mujer hace lo mismo.
El doctor Morejón, viudo y destrozado, decide viajar para olvidar tan dolorosas pérdidas. Así que, al cabo de unos meses, el bisabuelo de Sergio Gómez-Alba recibe una carta, sellada en Francia, en la que su amigo le da cuenta de que está pasando una temporadita en un balneario del sur de Normadía, donde da paseos, departecon la gente y en cuanto a la comida, tras detallar varios platos, hace la siguiente observación: «¡Y hay unas ostras….!». El hombre no escarmentó.
Un servidor acompañó en la presentación a este afable exdiputado, en un acto en el que no faltó su antiguo compañero en el Congreso, Federico Souviron.
Como luego comentó el editor, Humberto Pérez-Tomé, sería una buena idea que Sergio Gómez-Alba escribiera una segunda parte de las memorias familiares, que concluyen con el final de la Guerra Civil, para incluir, entre otras cosas, sus diez años en el Congreso de los Diputados.
Por cierto que en las memorias ya publicadas aprovecha para pegar algún tirito dialéctico al colectivo del que formó parte, al señalar que la de político es la única carrera profesional en la que alguien puede llegar a lo más alto, ser ministro o presidente del Gobierno, sin que le exijan el título de bachillerato.
Exigir alguna titulación y además un periodo previo de unos cuantos años en la empresa privada o en la función pública lo mismo nos evitaba espectáculos tan poco edificantes como el de este año in albis.
Curioso tu artículo de hoy, triste y lamentable la historia de las malhadadas ostras, y muy de acuerdo con eso de que no estaría mal que para ejercer en la política, para ocupar un cargo de responsabilidad política, debería ser necesario tener al menos un bachillerato decente. Y pongo lo de «decente» junto a bachillerato porque voy viendo que cada vez más los nuevos planes de estudio bajan el nivel y parece que esta sociedad se conforma, día a día, con ¿bachilleres? que a cada plan de estudios, más «planos» acaban siendo en sus conocimientos.
Un saludo y muchas gracias, Alfonso, por tus escritos.