Una mujer atea dirige una carta y deja un ramo de flores a Dios con motivo del Día de la No Violencia para que no olvidemos la tragedia de la ciudad siria de Alepo.
Después de una semana plúmbea en la que, en lugar de conocer lo que vale un peine hemos conocido lo que vale un comité federal, todas las menudencias de la política, todos los problemas de mera supervivencia política que aquejan a nuestros mediocres diputados quedaron eclipsados ayer martes a primera hora de la mañana ante la presencia de un modesto ramo de flores a los pies de la verja de la Catedral de Málaga, en la plaza del Obispo. A esa hora, al menos, la encontró quien les escribe, pero quizá llevara depositada desde el fin de semana.
Acostumbrados como estamos a que tantos sujetos exhiban sus nulas dotes para la comunicación, la sátira o la imitación en vídeos de internet que nada aportan o a que las redes sociales sirvan de parapeto ante la cruda realidad, una mujer anónima dio ayer un hermoso paso para concienciarnos frente a lo que se cuece más allá de nuestras cómodas fronteras.
Porque esta persona depositó el ramo, acompañado por dos velas, y prendido al ramo había un sobre en el que podía leerse: «Carta de una Atea a Dios», además de la etiqueta de twitter «Save Aleppo». El mensaje con las flores fue depositado con motivo del Día Internacional de la No Violencia, celebrado el pasado día 2.
A un servidor Alepo le sonaba en la adolescencia de la Historia de las Cruzadas gracias ese gran narrador de la Edad Media que fue el británico Steven Rucinman y que murió en 2000 con casi el siglo de vida. Su apsionante libro, publicado en varios tomos por Alianza Editorial, transportaba al lector a un mundo de caballeros implacables, iluminados y fanáticos. Entre estos últimos, la secta de los Hashsha-shin, o fumadores de hachís, que dio lugar a la palabra «asesino».
Han pasado los siglos y Alepo vuelve a convertirse en campo de batalla de asesinos e iluminados, en el Sarajevo de este arranque del siglo XXI.
Resulta emocionante que una mujer que no cree en Dios se dirija a Él con unas flores en la escalinata de la Catedral. Una llamada de atención ante la carnicería que no cesa. Como ocurrió con Auschwitz en su día, muchas personas miran al cielo en busca de una respuesta y, desorientados, sólo les llega el silencio. Los teólogos han escrito mucho sobre el silencio de Dios, quién sabe si esta carta no se pregunta también por qué sólo se escuchan las bombas.
La respuesta al gran enigma de la vida, recuerda el teólogo Hans Küng, la encontraremos, para bien o para mal, al morir pero mientras tanto, hay que evitar que en Alepo se sigan perdiendo tantas vidas.
El columbario
Y sin dejar la Catedral, uno de los lugares menos conocidos del Templo Mayor es el sobrio columbario de los sacerdotes, sufragado por el cabildo catedralicio en 1995 tras el cierre del Cementerio de San Miguel, en el que tenían un panteón.