En el 90 por ciento de las visitas aleatorias de esta sección a la zona botellonera del monte siempre ha estado cuajada de botellas. Ahora también.
Para los críticos que pensaban que el servicio militar era no hacer nada a toda leche, habrá que recordarles que algunos castigos aplicados a los reclutas estaban impregnados de la cultura más arcana, porque hundían sus raíces en los tiempos arcaicos de los mitos.
Así, el absurdo castigo de trasladar piedras, cajas o bultos de un extremo a otro de un patio o almacén para barrer lo que hubiera debajo, volver a colocar la carga y repetir la operación varias veces estaba inspirado en Sísifo, hijo de Eolo, castigado de por vida a empujar una roca hasta lo alto de una colina, momento en el que la piedra volvía a caer y había que empujarla de nuevo. Y así, hasta el infinito.
De ánimo parecido al de Sísifo o a un recluta castigado se encontraba ayer el que les escribe, pues como muchos saben un servidor realiza incursiones periódicas al Monte Gibralfaro para comprobar el nivel de porquería o limpieza de la zona verde más veterana de la ciudad.
El monte, en ocasiones a raíz de algunas de estas denuncias, ha sido objeto de discusión en el pleno municipal, que acordó finalmente que quedaría como los chorros del oro gracias a una periódica limpieza, sin que tuviera que pasar semanas en un estado lamentable.
Pero lo cierto es que el 90 por ciento de las veces en las que, de forma aleatoria, el firmante ha subido a la zona botellonera por excelencia de Gibralfaro, se ha encontrado con un paisaje de botellas de plástico y de cristal espurreadas, cartones de pizzas, tetra bricks de vino blanco y, en esta última visita hasta un bañador dejado por algún homínido de montaña.
Podría dar la impresión de que hablamos de un lugar recóndito, sólo accesible para alpinistas experimentados como Sir Edmund Hillary o por los helicópteros de socorro, pero se trata de una primera estribación del monte, con una senda totalmente accesible incluso para botelloneros beodos, a cien metros de la calle Mundo Nuevo, así que poca excusa hay para que Gibralfaro exhiba, en lugar de nieves perpetuas, vasos y botellas.
El castigo de Sísifo es eterno y también el espectáculo gibralfarero: las bolsas, botellas de vodka y litronas ruedan loma abajo hasta llegar al pie de la coracha terrestre, donde también había dos bolsas repletas de basura, justo encima del túnel de Mundo Nuevo, así como restos de una fogata veraniega.
Hoy mismo, claro está, algún responsable municipal leerá esta crónica y ordenará la limpieza inmediata del monte. Pero, después de lo acordado en el pleno, ¿tiene que ser siempre un periodista quien de forma totalmente aleatoria visite el monte, compruebe el nivel de roña y dé parte al Consistorio?
Ni mucho menos aspira el firmante a un paguita sino a que este papel de inspector ocasional lo cumpla un empleado municipal y se noten los efectos.
Así que, hasta la próxima visita. Ya saben que Sísifo y un servidor siempre vuelven a lo mismo.