Un hombre de negocios muy conocido, afincado en Málaga, remató una obra en el Peñón con la bandera española. Y estas fueron las consecuencias….
La anécdota que contamos tuvo lugar en unos tiempos en los que las películas de Berlanga y el guionista Rafael Azcona bebían de la realidad diaria española, que parecía nutrir de capítulos a una tragicomedia de 40 años que también habría encandilado a Miguel Mihura.
Eran los años de La Codorniz, la cárcel de papel y la autocensura pero también de las bravatas peliculeras que tan bien le salían en la gran pantalla a José Luis López Vázquez, Toni Leblanc y Manolo Gómez Bur.
Nuestro protagonista fue un hombre de la construcción afincado en Málaga y muy conocido. Estamos a finales de los 60 o principios de los 70, cuando el amojamado Jefe del Estado continúa impasible el ademán, aunque con un poco de aperturismo. La acción transcurre en la colonia inglesa de Gibraltar, donde nuestro protagonista, siguiendo una larga tradición española, acaba de terminar una obra, así que él y todo su equipo proceden al ritual de siempre: colocan una banderita española en lo alto del edificio y a continuación deciden irse de juerga. Una juerga mixta.
En esas están cuando algún llanito denuncia la pérfida maniobra del país que quiere invadirlos, España –en la que, años después, muchos llanitos sestearán en sus mansiones de Sotogrande–. La presencia de la bandera española en sagrada tierra británica, que también se las trae, provoca la llegada de boobies con acento de la bahía y la detención del agente español al servicio de Franco.
Se arma la marimorena, interviene el Gobierno español y el constructor logra salir rumbo a la libertad de la dictadura patria. De hecho, termina siendo recibido por un curioso Generalísimo, quien en audiencia le pregunta por la razón de su comportamiento, por la banderita en lo alto del edificio.
No sabemos si nuestro protagonista dice o no la verdad, si en realidad puso la banderita sin malicia o con ella. El caso es que le contesta a Franco que exhibió nuestros colores porque él siempre ha sido muy español.
–«¿Quiere alguna cosa?», le pregunta complacido el caudillo.
-«Que no me falte trabajo», contesta el de la bandera.
Y dicho y hecho, en la zona de Algeciras a este avispado y reconocido hombre de negocios no le faltó trabajo. De hecho, tuvo casi todo el trabajo y pudo hacer una gran fortuna por el incidente berlanguiano de la banderita en Gibraltar.
Qué razón tiene nuestro actual Gobierno provisional de Rajoy, cuando aboga, para empezar a hablar, por la soberanía conjunta sobre el Peñón de España y el Reino Unido –o lo que quede de él tras el Brexit–.
Gibraltar lleva 300 años siendo un enclave en el que se mezcla la realidad con la ficción, descendientes de genoveses y malteses con acento de Cádiz que reivindican su britanidad hasta la médula. Hacer del Peñón un parque temático conjunto que preserve este delicioso entramado histórico y cultural, pero sin los chanchullos del tabaco de contrabando y los entramados societarios.
Cualquiera lo consigue.